Mientras que el Norte y el Sur de Europa quedan cada vez más divididos por la imposición de la austeridad, Hollande empieza a romper el Eje francoalemán para servir de valedor de los países sureños y de la socialdemocracia europea. Pero para comprender la ruptura del Eje, es necesario entender que hay tres puntos esenciales.
En primer lugar, la necesidad de Hollande de dar una respuesta "francesa" a la austeridad alemana, que ha llegado incluso a los presupuestos galos. Por otro lado, hay que tener muy en cuenta el deseo de Hollande de servir de cabeza visible de la socialdemocracia europea, que está actualmente en sus horas más bajas.
Finalmente, y como consecuencia de los dos puntos anteriores, la necesidad de contar con apoyos en Europa para oponerse a Merkel. ¿Y qué mejores aliados que las economías rescatadas o en riesgo de estarlo?
Para combatir en las elecciones a Sarkozy, Hollande tuvo que mostrar a los franceses una opción diferente a la de la austeridad. El actual mandatario galo necesitaba dar a Europa una respuesta "francesa" a Europa, diferente a la de Merkel que, en los últimos tiempos, se había impuesto claramente a Sarkozy cuando perjudicaba los intereses franceses.
Si bien Hollande nunca ha renunciado públicamente a la austeridad, se ha diferenciado de los conservadores en apuntar la creciente necesidad de acompañar el control del gasto con políticas de crecimiento. ¿Qué políticas? Ahí puede haber un debate en el que no se va a entrar, pero que es necesario señalar.
El discurso mantenido por Hollande de que la austeridad sin políticas de crecimiento da lugar a más pobreza le dio las llaves del Eliseo, pero ahora tocaba vérselas con Merkel. Necesitaba apoyos para hacerle frente. Pero apenas le quedaban –ni le quedan- apoyos naturales.
La socialdemocracia europea está en crisis: Gordon Brown había caído en Reino Unido; Rubalcaba no sólo no logró cambiar las previsiones, sino que las empeoró en España; la tecnocracia italiana no entendía en teoría de colores ni había muchos más apoyos a la vista y, ni mucho menos, apoyos con peso.
Por tanto, sólo le quedó mostrarse como representante de los socialistas europeos y buscar apoyos circunstanciales: los afectados por la austeridad alemana. Se comprobó cuando hace unos meses, durante una cumbre, Monti invitó a Rajoy a ausentarse de ella y Hollande defendió ante los demás países los argumentos de España e Italia.
Pero hay una consecuencia inevitable: la ruptura del Eje francoalemán en un momento en el que la unidad es más necesaria que nunca. El discurso oscila entre la unión de las dos principales economías de la Eurozona para acabar con la crisis y la necesidad de ofrecer a los países rescatados, o en vías de estarlo, algo más que la austeridad.
Serán claves las elecciones alemanas de 2013, en las que Merkel tratará de mantener la cancillería. Mientras, serán cada vez más evidentes las diferencias entre el Norte y el Sur de Europa, y los conflictos tanto en las cumbres como en la calle.
Lo que sí es claro y evidente es una cosa: sin un mínimo de unión entre París y Berlín, Europa nunca ha podido avanzar, y no parece que este momento histórico vaya a ser una excepción.
En primer lugar, la necesidad de Hollande de dar una respuesta "francesa" a la austeridad alemana, que ha llegado incluso a los presupuestos galos. Por otro lado, hay que tener muy en cuenta el deseo de Hollande de servir de cabeza visible de la socialdemocracia europea, que está actualmente en sus horas más bajas.
Finalmente, y como consecuencia de los dos puntos anteriores, la necesidad de contar con apoyos en Europa para oponerse a Merkel. ¿Y qué mejores aliados que las economías rescatadas o en riesgo de estarlo?
Para combatir en las elecciones a Sarkozy, Hollande tuvo que mostrar a los franceses una opción diferente a la de la austeridad. El actual mandatario galo necesitaba dar a Europa una respuesta "francesa" a Europa, diferente a la de Merkel que, en los últimos tiempos, se había impuesto claramente a Sarkozy cuando perjudicaba los intereses franceses.
Si bien Hollande nunca ha renunciado públicamente a la austeridad, se ha diferenciado de los conservadores en apuntar la creciente necesidad de acompañar el control del gasto con políticas de crecimiento. ¿Qué políticas? Ahí puede haber un debate en el que no se va a entrar, pero que es necesario señalar.
El discurso mantenido por Hollande de que la austeridad sin políticas de crecimiento da lugar a más pobreza le dio las llaves del Eliseo, pero ahora tocaba vérselas con Merkel. Necesitaba apoyos para hacerle frente. Pero apenas le quedaban –ni le quedan- apoyos naturales.
La socialdemocracia europea está en crisis: Gordon Brown había caído en Reino Unido; Rubalcaba no sólo no logró cambiar las previsiones, sino que las empeoró en España; la tecnocracia italiana no entendía en teoría de colores ni había muchos más apoyos a la vista y, ni mucho menos, apoyos con peso.
Por tanto, sólo le quedó mostrarse como representante de los socialistas europeos y buscar apoyos circunstanciales: los afectados por la austeridad alemana. Se comprobó cuando hace unos meses, durante una cumbre, Monti invitó a Rajoy a ausentarse de ella y Hollande defendió ante los demás países los argumentos de España e Italia.
Pero hay una consecuencia inevitable: la ruptura del Eje francoalemán en un momento en el que la unidad es más necesaria que nunca. El discurso oscila entre la unión de las dos principales economías de la Eurozona para acabar con la crisis y la necesidad de ofrecer a los países rescatados, o en vías de estarlo, algo más que la austeridad.
Serán claves las elecciones alemanas de 2013, en las que Merkel tratará de mantener la cancillería. Mientras, serán cada vez más evidentes las diferencias entre el Norte y el Sur de Europa, y los conflictos tanto en las cumbres como en la calle.
Lo que sí es claro y evidente es una cosa: sin un mínimo de unión entre París y Berlín, Europa nunca ha podido avanzar, y no parece que este momento histórico vaya a ser una excepción.
RAFAEL SOTO