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Con su blanca palidez

A la vez que escribo estas líneas, escucho una canción de mi juventud, A whiter shade of pale, de Procol Harum. Hace sólo unos minutos veía en mi ordenador la estremecedora imagen que les acompaño en estas líneas y que muestra a miembros de Hamas linchando a un hombre por colaborar presuntamente con Israel.

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No podía sino sentir tristeza y angustia al escuchar las notas de Con su blanca palidez y recordar la palidez cadavérica de ese hombre arrastrado por una moto mientras catorce bestias humanas, pistola en mano, exhibían su trofeo por las calles de Gaza.

Afirmaba el escritor y filósofo indio Krishnamurti que “el temor, el miedo, el anhelo de seguridad, de protección, llevan al hombre a formar partidos políticos o agrupaciones religiosas con las cuáles se identifica, así las diferencias nacen, los antagonismos se desarrollan y las guerras continúan”.

Y, ciertamente, la tradición humana de concentrarse en grupos étnicos, económicos, culturales, etc., de ideologizarse religiosa, política o filosóficamente, a la búsqueda de la fortaleza que somos incapaces de encontrar por nosotros mismos, como seres anónimos, ha jalonado la historia del hombre de barbarie y destrucción, muy al estilo de la que desde años atrás viene produciéndose en Oriente Próximo.

Les traslado un pensamiento de Krishna, como le conocían coloquialmente, recogido en su diario El libro de la vida, que me gustaría compartir con todos ustedes:

“Si hemos de crear un mundo nuevo, una nueva civilización, un arte nuevo, no contaminado por la tradición, el miedo, las ambiciones, si hemos de originar juntos una nueva sociedad en la que no existan el «tú» y el «yo», sino lo nuestro, ¿no tiene que haber una mente que sea por completo anónima y que, por lo tanto, esté creativamente sola? Esto implica, ¿no es así?, que tiene que haber una rebelión contra el conformismo, contra la respetabilidad, porque el hombre respetable es el hombre mediocre, debido a que siempre desea algo; porque su felicidad depende de la influencia, o de lo que piensa su prójimo, su gurú, de lo que dice el Bhagavad Gita o los Upanishads o la Biblia o Cristo. Su mente jamás está sola.

Ese hombre nunca camina solo, sino que siempre lo hace con un acompañante, el acompañante de sus ideas. ¿No es, acaso, importante descubrir, ver todo el significado de la interferencia, de la influencia, ver la afirmación del «yo», que es lo opuesto de lo anónimo? Viendo todo eso, surge inevitablemente la pregunta: ¿Es posible originar de inmediato ese estado de la mente libre de influencias, el cual no puede ser afectado por su propia experiencia ni por la experiencia de otros, ese estado de la mente incorruptible, sola? Únicamente entonces es posible dar origen a un mundo diferente, a una cultura y una sociedad diferentes donde puede existir la felicidad”
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Israel y Palestina, el mundo desarrollado y el que no lo está, Cataluña y España, el Islam y la Cristiandad, el trabajador y el empresario, quien sirve y quien se siente servido, todos, hemos de intentar descubrir desde el anonimato, desde la asepsia que nace de liberarnos de nuestros condicionantes, de nuestro pasado y quienes lo escribieron, y de quienes nos escriben el presente y pretenden determinar nuestro futuro, esa felicidad perdida que tal vez nunca siquiera conocimos, salvo muy pocos en su niñez.

De otra forma, si no, estamos condenados a que sigan naciendo diferencias, se desarrollen nuevos antagonismos y las guerras continúen. No podemos admitir, si nos queda al menos un gramo de escrúpulos, que en nuestro marco más cercano, en el de la sociedad española, la controversia nacionalista prime por encima del debate sobre los más desprotegidos socialmente; que la lucha de ideas anule en decibelios a la lucha por la justicia social; que los unos y los otros, los de estas siglas y los de aquellas, sigan perdiendo a chorros el enorme tesoro que representan los valores propios, revolcándose en el lodo de la masa.

Hagamos un sincero ejercicio de introspección, aceptemos ser críticos con nosotros mismos y busquemos nuestra paz alejados del egoísmo que representa parapetarnos contra el temor, el miedo o el anhelo de seguridad y protección tras el grupo.

No necesitamos de nuevos líderes, de renovados mesías que nos guíen en nuestro camino. Necesitamos descubrir que “el tú y el yo” han de diluirse en “lo nuestro”, pasando a un anonimato que alivie las tensiones que ahora vivimos. Sé que la Historia nos habla poco de este tipo de iniciativas personales, pero sé también que, de no ponerlas en práctica, nuestra Historia seguirá escribiéndose como hasta ahora.

ENRIQUE BELLIDO
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