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¡Que se jodan!

Aunque este año con menos copiosidad debido a la sempiterna crisis, pero tampoco me he librado de las protocolarias comidas de Navidad con amigos y familiares. A falta de nuevos novios que puedan aportar a la familia o al grupo de amistades los miembros femeninos y algún que otro masculino, el dardo de todas las dianas hemos sido de nuevo, en una recurrencia cansina que recuerda ya a tópico literario, los funcionarios; y eso que yo soy interino, que es al funcionario como la mortadela al jamón ibérico. Que sí, da el apaño en un momento dado, pero no es lo mismo.

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La imagen, en general, que se tiene en España del colectivo funcionarial no es, que digamos, demasiado positiva: trabajan poco, son incompetentes, tienen muchas vacaciones, duermen todos los días la siesta y se merecen los recortes que les han aplicado... ¡Caramba! ¡Pero si es la misma imagen que tienen de todos los españoles en el norte de Europa!

Como vemos, no es justo generalizar, aunque ante la falta de ejercicio físico se haya convertido en deporte nacional. Del mismo modo que no nos vemos representados, como sociedad, por la negativa imagen que tienen de nosotros los países de las economías más fuertes de la Eurozona, tampoco es justo estigmatizar a todo un colectivo con la imagen que encontronazos con determinadas personas que ocupan un puesto público nos hayan transmitido.

Hay funcionarios vagos e incompetentes del mismo modo que hay políticos ladrones, jugadores de fútbol que consumen drogas y banqueros usureros, pero no es motivo suficiente ni justificable para catalogar a todo el colectivo dentro de esta etiqueta.

En primer lugar, un funcionario es desde el bombero que le salvó la vida a aquella niña en el incendio de la semana pasada, hasta el inepto de la ventanilla donde tenías que sellar aquella fotocopia (que, al final, no pudiste entregar porque, aunque por teléfono te dijeron que el plazo acababa el miércoles, realmente acabó el lunes).

El colectivo funcionarial está formado por cuerpos tan diferentes entre sí que cualquier clase de generalización no demuestra más que una corta amplitud de miras por parte del sujeto que la formule. Entonces ¿de dónde viene este recelo social con la clase funcionaria?

Fundamentalmente de la conjunción de dos factores: por un lado, la asimilación del funcionario, como colectivo, con el incómodo personaje de ventanilla desagradable, torpe, que emplea algo más de hora y media para desayunar y que, una vez concluida su jornada laboral al mediodía, abandona el papeleo atrasado en la mesa dispuesto a disfrutar de una dudosamente merecida tarde libre.

Por otro, una serie de ventajosas condiciones laborales entre las que se encuentran el trabajo estable, determinadas vacaciones a lo largo del año, días de asuntos propios, bajas, sueldo aceptable a pesar de los recortes...

La receta del cóctel es bien sencilla: una pizca de crisis económica; deterioro en las condiciones laborales en virtud de una reciente reforma laboral; pérdida del trabajo de gran parte de la población; y el tío de la ventanilla. Agitamos bien y servimos inmediatamente, a ser posible, calentito. A la tercera copa te has asegurado un "que se jodan" cuando el presentador del telediario de turno anuncie nuevos recortes a la clase funcionarial.

Aunque yo, si les soy sincero, siempre he proporcionado una solución más eficaz para estos racistas del empleo público: ¿envidias las condiciones laborales de un funcionario? ¡Estudia unas oposiciones! ¡O dos, o tres, o las que hagan falta!

PABLO POÓ
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