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Bendita y maldita

Sólo una, no más. No sé cómo es capaz de llegar a causarme tantos problemas. Aparece día sí, día también, y es capaz de hacerme perder la cordura en cuestión de minutos. No recuerdo cuándo fue la primera vez que apareció en mi vida: una semana, un mes, un año o quizás haya estado conmigo toda mi vida. Creo que conoce mi cuerpo mejor que nadie, centímetro a centímetro ha crecido conmigo mientras yo intentaba ignorarla y, a pesar de ello, nunca ha detenido su constante avidez.

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Son las tres de la mañana y está aquí pegada a mí, en todos los rincones de esta habitación, pero no es hora para ello. No son horas para que estés aquí —le digo-. Realmente nunca es hora cada vez que apareces.

Un simple roce me pone la piel de gallina, me recorre desde las piernas al pecho, me acaricia de forma suave y me hace estremecer. En este momento me recorre la cara y me toca las manos evitando y entorpeciéndome acabar mi trabajo. Intento zafarme una y otra vez pero ella vuelve con lo mismo: quiere cobas y caricias. No, no estoy dispuesta a ello.

Ayer discutimos bastante, llegamos a una violencia casi insostenible. Mi siesta es sagrada, y más que un acto es cultura. Como decía, no quería llegar a donde llegamos, pero la pereza acabó por hacer de las suyas y conseguí que durante un rato me dejase en paz.

Pensé que esto la alejaría de mí, que se cansaría y por fin cogería la puerta para no volver nunca más, pero no. Siempre vuelve, supongo que es inevitable que todo acabe cayendo por su propio peso. Al fin y al cabo, la llevo tan dentro que no sé verdaderamente si su ausencia me dolería más aún.

A la hora de cenar regresó. La noche la hace más fuerte, se crece en la oscuridad. Detesto –más que detestar, no estar cuando tengo que estar- volverme una persona ausente y ensimismada en las boberías que pasan frenéticamente por mi cabeza si ella está cerca. Esto va a llegar a mayores.

Cada día estoy más harta, más cansada, esto empieza a rozar la locura. No como, no duermo, me paso las horas delante de un folio en blanco irritada, a la espera. Nunca está cuando debe estar y, sin embargo, irrumpe intempestivamente cuando menos la necesito o espero.

Las paredes parecen convertirse de papel y todas y cada una de las disputas que tengo con ella pasan a ser vox populi en el patio de vecinos. Duermo mal, tengo pesadillas constantemente, pesadillas con ella. Y, al despertar, la veo mirándome y casi puedo vislumbrar en sus ojos un brillo de lástima por mí.

Hoy no lo he pensado más y he actuado. Realmente ha sido más un impulso que otra cosa. Mientras dormía ha vuelto a aparecer y creo que tras el sobresalto por haberme despertado he soltado el puño y le he asestado un golpe certero contra el escritorio.

Ya no está aquí rondándome, vuelvo a hacer las cosas como quiero, sin incordios de ninguna clase. Sólo hace unas horas que no está y creo que ya la echo de menos. Bendita y maldita inspiración.

CARMEN LIROLA
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