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Los jóvenes y el futuro: la enseñanza

En este abierto retroceso de las conquistas sociales logradas tras la muerte del dictador y que fueron el resultado de muchos esfuerzos, muchas luchas, de muchos compromisos individuales y colectivos, ahora le toca a la enseñanza recibir tal “hachazo” que implica retroceder lustros atrás para que otra vez volvamos a percibir los aromas de la triste enseñanza del franquismo y que a algunos, por desgracia, nos tocó vivir.

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Ha tenido que ser un ministro, José Ignacio Wert, que cuenta con el mayor rechazo popular nunca visto para un cargo similar, el encargado de certificar la defunción de los logros que se mantenían en los niveles educativos no universitarios, para retroceder a un proyecto de enseñanza clasista que favorecerá a los más pudientes y dejará en precario a las familias trabajadoras y a los que cuentan con menos recursos para apoyar a sus hijos.

Y es que la mercantilización de la enseñanza ya la empezamos a ver hace algunos años los que trabajamos en la universidad, cuando comprobamos que el denominado Plan Bolonia no era consultado y ni debatido con los implicados en las tareas docentes e investigadoras y constatábamos cómo paulatinamente se pasaba del concepto de servicio al de negocio educativo, por lo que muchos han terminado hablando de clientes al referirse a los estudiantes.

Pues bien, esta idea de mercantilización de la enseñanza queda reflejada en el prólogo del borrador de la nueva Ley que Wert pretende sacar para los niveles no universitarios sin debatir con ninguno de los sectores implicados.

Tal como hemos sido informados por los medios de comunicación, solamente lo ha hecho a escondidas con los obispos para garantizarles que la enseñanza de la religión a partir de la LOMCE (acróstico de la nueva ley educativa) sería una asignatura obligatoria, y por lo tanto puntuable a todos los efectos.

Por otro lado, en el prólogo de la misma, y nada más comenzar se dice: “La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía… El nivel educativo de un país determina su capacidad de competir con éxito en el área internacional y afrontar los desafíos que se planteen en el futuro. Mejorar el nivel educativo de los ciudadanos supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y por conseguir ventajas competitivas en el mercado global”.

La obsesión por la competitividad da lugar a que a lo largo del borrador de la LOMCE se hable más de cien veces de evaluación, como si educar fuera estar sometiendo constantemente a los escolares y estudiantes de Secundaria a un proceso obsesivo de exámenes y pruebas y para el cual se recuperan las antiguas reválidas, tan características de la enseñanza franquista.

Y es que, como un gran amigo, Miguel Ángel Santos, catedrático de Pedagogía en la Universidad de Málaga, dice: “Los detractores del sistema educativo, a quienes se les llena la boca con los pobres resultados de PISA en las pruebas de conocimiento, nunca se refieren al excelente puesto que ocupa España en la equidad de su sistema educativo. Claro, eso para ellos no tiene mucha importancia. Probablemente sus hijos tengan muchos medios para ser triunfadores. ¿Qué más les da que otros fracasen?”.

El panorama es tan negro que recientemente se ha creado la plataforma “Stop Ley Wert” teniendo como referente a Federico Mayor Zaragoza, quien fuera director general de la UNESCO, al igual que ministro de Educación y Ciencia en el Gobierno de la UCD, y siendo en la actualidad presidente de la Fundación para una Cultura de la Paz.

Esta nueva plataforma hizo recientemente su presentación en un acto que tuvo lugar en el Paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid. Para apoyar esta iniciativa se ha creado un portal con la denominación “yoestudieenlapublica.org”, en el que se están recabando firmas de apoyo para paralizar esta ley.

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Porque, a fin de cuentas, es una ley que afectará a los más jóvenes, sector social que ha recibido un auténtico batacazo con la crisis que nos golpea, ya que, de pronto, ha visto cómo el horizonte personal y colectivo ha pasado de ser un campo abierto, con todas las incertidumbres que siempre están presentes a estas edades, a un campo minado, en el que hay caminar con todas las precauciones, pues en cualquier momento te puede explotar en los pies una mina oculta.

Y es que los jóvenes, en muy pocos años, han pasado de encontrarse en una sociedad que recogía aceptablemente los derechos a la educación, a la sanidad y al trabajo (junto a la protección en el seno de la familia que se volcaba en que tuvieran todo cubierto), a ver evaporarse esas condiciones, sin que entendieran bien las razones por las cuales su futuro se ha visto de pronto sesgado.

Cierto que ellos ya palpaban el peso de la crisis, cuando tenían que aceptar trabajos muy precarios y con un sueldo tan bajo que dio lugar a que se acuñara el término de “mileurista”, como expresión de que debían de conformarse con mil euros por un trabajo que, en muchos casos, se pagaba más a los adultos en similar actividad y que les precedían en edad. Pero ya ni eso.

Ahora ven que el trabajo les cierra las puertas, al tiempo que medios de formación, como es la enseñanza universitaria, dejan de ser un servicio público para convertirse, paso a paso, en un negocio empresarial al que no todos podrán acceder con las condiciones que habían conocido.

Y no solamente porque la universidad pública empiece a cobrar tasas muy altas y que los másteres se hayan convertido en un medio de autofinanciación de las universidades, ya que estos, en última instancia, equivalen a lo que antes era el último año de carrera (curso en el que sí se podía tener beca), sino porque en esta conversión del conocimiento en un producto vendible las universidades privadas crecen como la espuma.

Décadas atrás, se podían contar con los dedos de las manos las que existían en nuestro país; en la actualidad son 29 universidades privadas las que compiten abiertamente con la universidad pública, a la que agradecen que las tasas suban, porque entienden que algunas familias prefieren que sus hijos acudan a sus aulas aunque sea con un coste algo mayor de la matrículas.

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Esta mercantilización de la universidad queda bien refleja y con un alto grado de ironía en esta ilustración de Óscar, un joven dibujante miembro del grupo Factoría del humor gráfico de Córdoba, autor también de la primera ilustración.

La crítica mordaz que se desprende de la imagen de una universidad patrocinada por la Coca-Cola y rodeada de logotipos de multinacionales no deja de ser una metáfora de lo que está empezando a vivirse como un deterioro de la universidad como servicio público.

Y dentro de los jóvenes, lamentablemente, hay algunos que se encuentran en esa “tierra de nadie”, sin estudios y sin trabajo, puesto que hace unos años, en la época del “esplendor” de la burbuja inmobiliaria, algunos adolescentes desertaban de los estudios ya que se hacían la siguiente pregunta: ¿Para qué voy a estudiar si hay gente que se está forrando y no tienen ningún título?

Y es que “el pelotazo” como paradigma del éxito fácil, especialmente en la construcción, estaba a la orden del día. Esto que apunto no es producto de mi imaginación: muchos docentes que trabajaban en Secundaría con relativa frecuencia se enfrentaban a esta explicación que les daban muchos de sus alumnos que no veían la necesidad de formarse, pues comprobaban como personajes tipo “El Pocero” exhibían riquezas sin el más mínimo indicio de cultura.

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Es lo que plasma en su viñeta Gondi, seudónimo de Fran González, en la que nos presenta a un personaje que bien podría ser modelo del empresario del “pelotazo”, tipo que no ha desaparecido y que tiene continuidad en muchos de los especuladores, reales y plebeyos, que pululan por nuestro país y que están en la mente de todos.

Hoy los jóvenes se encuentran desconcertados, sin comprender bien la sociedad y el tiempo que les ha tocado en suerte; sin saber qué rumbo tomar y lo que el futuro les va a deparar.

Son, pues, muchos los que se interrogan: ¿A qué nos conducen tantos años de estudio si, en el mejor de lo casos, nuestro futuro es emigrar al extranjero? Porque, paradójicamente, un número considerable de estudiantes bien preparados profesionalmente tiene que buscar fuera de nuestras fronteras un trabajo acorde con la formación que han logrado tras muchos años de esfuerzos y dedicación a los estudios.

Agradezco a Óscar y a Gondi sus dibujos para este artículo.

AURELIANO SÁINZ
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