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Bienaventurados

Siempre se tuvo por un hombre coherente: cada mañana, cuando se vestía, tomaba la precaución de colocar en el pie derecho el mismo modelo de zapato, con idéntico color y tallaje al que se calzaba en el pie izquierdo. En el desayuno, como la mayoría de los días le gustaba prepararse unas tostadas, de todos los electrodomésticos que cohabitaban en su hogar cuya sinfonía era la responsable de la, a veces, abultada factura eléctrica, elegía sin dudarlo el tostador por ser el más adecuado en su función al fin perseguido. Pura coherencia.

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Su vida transcurría así como una suerte de conexión continua entre todos los actos que la conformaban que despertaba la admiración y hasta los celos de sus familiares y conocidos: cuando tenía hambre no dudaba en acercarse a la nevera y buscar algo de comer; del mismo modo que cuatro bostezos consecutivos le bastaban para tomar la decisión de lavarse los dientes y acostarse en la cama.

Quizás fuera esta ímproba coherencia vital la que le confirió esa imagen de hombre íntegro y honrado que tanto y tan rápidamente le hizo escalar peldaños en su partido político donde, encargado del área de Iniciativas y Desarrollo Ideológico, diseñaba las líneas maestras de actuación de su agrupación.

Coherentemente con sus ideas, como no podía ser de otra forma, no le tembló el pulso a la hora de reducir los gastos destinados a “ayuda al desarrollo” y tampoco cuando decidió suprimir, de un plumazo, las subvenciones a cuidadores de familiares dependientes.

La oposición intentó sin éxito buscar una solo tacha que pusiese en evidencia cualquier tipo de contradicción aparente entre lo que pensaba, decía y hacía, pero la Legislatura pasó y este individuo consiguió desmontar en su totalidad el Estado del Bienestar sin sufrir ni una noche un solo instante de remordimiento de conciencia: “Es la ventaja de las personas coherentes”, llegó una vez a afirmar en público cuando fue preguntado por el asunto.

Un domingo cualquiera, como era su costumbre, acudió a misa con menos preocupaciones laborales en las que pensar durante la homilía, hecho que, sin duda, le hizo prestar a las palabras del cura una atención inusitada en su persona hasta la fecha: escuchó hablar de entrega a los necesitados, de amor al prójimo y de ayuda a los más débiles.

Minutos después de que la UVI Móvil se abriera paso a duras penas entre la multitud de feligreses congregados a las puertas de la Iglesia de la Virgen de la Caridad, el sanitario hasta allí desplazado emitió la primera causa oficial de la muerte: ataque de incoherencia. No había más que verle la cara al difunto.

PABLO POÓ
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