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El rostro del Capitalismo: El Roto (y 2)

La obra pictórica de Andrés Rábago, El Roto, es bastante menos conocida por la mayoría de la gente cercana al mundo del arte que por sus viñetas que a lo largo de décadas han ido apareciendo en numerosas publicaciones. Ello se debe a dos razones: por un lado, la divulgación que proporciona la prensa es muy superior a la que puede obtenerse a través de exposiciones en galerías de arte; por otro, Rábago comenzó como pintor una vez que se había dado a conocer en el mundo gráfico con sus dibujos cargados de una fuerte crítica social.

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Para quienes quisieran conocer los rasgos más significativos de su obra pictórica, brevemente, les indicaría que se mueve entre las figuras despersonalizadas y mecanizadas que plasmara en sus lienzos en francés Fernand Léger (1881-1955) y la obra surrealista y metafísica del italiano Giorgio de Chirico (1888-1978).

De todos modos y siguiendo las pautas del artículo precedente, nos vamos a centrar en el análisis de esas viñetas que a modo de fino estilete disecciona, sin ningún tipo de cortapisas, las entrañas de la sociedad que nos ha tocado vivir, es decir, el capitalismo.

Pero debemos entender que el capitalismo no solo es un modo de producción económica, que ha tenido distintas modalidades a lo largo de la Historia, sino que también es una ideología que se presenta como científica, en el sentido de que quiere hacernos ver que la realidad de las relaciones sociales es única y objetiva, es decir, la que actualmente marca la denominada “economía de mercado”, a la que, según nos dicen sus voceros, tenemos que adecuarnos, porque según ellos no hay alternativas.

Puesto que el discurso de la ideología capitalista está fuertemente arraigado a través de las ideas que se nos transmiten para que aceptemos esta realidad como única, me voy a centrar solo en algunas de esas ideas y que El Roto ha ido publicando a lo largo del tiempo y que ahora recoge en su libro Viñetas para una crisis.

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Meses atrás escribí un artículo titulado ¡Se acabó la fiesta! y, mira tú por dónde, una viñeta de El Roto viene a contar, de forma más sintética, lo que yo narraba de una manera más extensa: nos insisten en que hemos vivido muy por encima de nuestras posibilidades, que hemos derrochado, que nos llegamos a creer lo que un ministro de Economía, Carlos Solchaga, nos dijo en su día en el sentido de que “en este país cualquiera podía hacerse rico”.

Vemos, pues, que ese “capitalismo popular” del que nos hablaban algunos dirigentes políticos, en el que “ya no había clases sociales” y en el que todos participaríamos del maná de la abundancia, parece que ha desaparecido por encanto y ahora toca hacer penitencia, porque “todos” somos responsables de habernos beneficiado de la época de las vacas gordas.

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Ya ni se habla del Estado del bienestar en el que parecía ser que nos encontrábamos instalados y sin posibilidades de marcha atrás. Ahora, aparte de empobrecer a la gente, se trata de acabar con derechos sociales conquistados tras muchas décadas de trabajo y de lucha. “¿El bien común?”, lógicamente ahora eso es casi comunismo o, como dicen algunos de los ideólogos del capitalismo, equivale a “igualitarismo”, es decir, que impedir que se hundan en la pobreza amplios sectores de la sociedad es algo inadmisible.

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Y lo más curioso es que el ataque al bienestar de la población se arropa con un discurso de modernidad, de que las cosas se están haciendo bien, de que se va por el buen camino, de que se están tomando medidas justas y necesarias para “arreglar” el país, de que dentro de algún tiempo veremos otra vez reactivarse la producción y crearse empleo, de que son otros los culpables de las decisiones que ahora se toman, etcétera, etcétera.

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Los defensores del capitalismo neoliberal nunca llegarán a pensar en la situación a la que conducen determinadas leyes, caso de la Ley de Reforma Laboral que ha generado un auténtico ejército de parados. Los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) nos aporta la terrible cifra de 6.202.700 parados. Es decir, haber pasado en menos de una década de una tasa de desempleo del 8,42 al 27,16 por ciento o, lo que es lo mismo, haber superado claramente el triple de paro de hace unos años.

Como bien apunta El Roto, unos tienen mucho, y siguen enriqueciéndose, mientras que una mayoría se queda sin algo tan necesario como es el derecho a un puesto de trabajo. Pero, el discurso capitalista siempre apunta a hablar de la media, encubriendo la pobreza de los que se quedan sin nada.

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Y es que, paradójicamente, los que tienen todavía un puesto de trabajo ven cada vez más reducidos sus derechos, de modo, que la “vía china” hacia la explotación en el ámbito laboral parece ser que es el camino que ha encontrado el neoliberalismo para sacar cada vez mayores beneficios, a costa, claro, de ir reduciendo los salarios de los trabajadores.

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“Le estamos haciendo pruebas de resistencia al personal para ver hasta dónde aguantan”. Pues bien, parece que se está llegando al límite, puesto que derechos básicos como son el derecho al trabajo, a la educación, a la sanidad y al de una vivienda digna dejan de serlo para convertirse en productos del mercado a los que no puede acceder una parte significativa de la población.

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El miedo es uno de los factores con los que juega el neoliberalismo para que amplios sectores no salgan a defender sus derechos. El miedo a perder lo que se tiene, el miedo a no encontrar ni siquiera un trabajo en las condiciones más precarias, el miedo a perder el valor de los ahorros, el miedo a ser señalado dentro del trabajo… El juego de palabras que utiliza El Roto sitúa a la gente como espectadora ante los distintos medios de comunicación y en la incertidumbre de no saber qué va a acontecer mañana (que puede ser aún peor).

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El rostro del capitalismo queda bien reflejado en el cinismo del personaje de la viñeta que cierra este breve repaso por lo último que nos ha dejado Andrés Rábago y firmado con su seudónimo.

Evidentemente, el capitalismo está por encima del bien y del mal: su lógica es el máximo beneficio, sin importar las consecuencias que ello genera. Mantener el poder de los mercados y, en la actualidad, estar por encima de los gobiernos de los distintos países es la última versión que conocemos de ese neoliberalismo que en la década de los ochenta del siglo pasado pusieron en marcha Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Ahora vemos sus consecuencias.

AURELIANO SÁINZ
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