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Fahrenheit 451

Todos recordamos pasajes o imágenes de mandatarios de la historia, desde los grandes dictadores presos del fanatismo y de la guerra hasta las distintas religiones, en los que aparecen quemando libros para destruir el pensamiento e ideas contrarias. Aprovechando que hace unos días celebramos su día internacional, qué mejor distinción se le puede hacer al libro que hablar de una de las grandes obras que mejor lo han homenajeado: ‘Fahrenheit 451’.

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Fue en 1953 cuando el escritor norteamericano Ray Bradbury (1920-2012) después de haber publicado ya sus famosas 'Crónicas marcianas' publicó lo que se convertiría en un libro de culto de la literatura como es ‘Fahrenheit 451’. El título hace referencia a la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde (233 grados centígrados).

La obra cuenta la historia de Montag, un bombero cuyo trabajo, paradójicamente, no es apagar fuego sino provocarlo. Sus compañeros y él se dedican a localizar libros para quemarlos junto a las casas que los contienen. El Estado, omnipresente, está seguro de que leyendo libros la gente piensa y se preocupa innecesariamente, por ello, y velando supuestamente por los intereses y la felicidad de los habitantes, decide eliminarlos.

Sólo está permitido el entretenimiento vacuo con programas en televisión o comics de humor. Los ciudadanos son esclavos de un sistema no cuestionado por la sociedad hasta que el protagonista conoce a una joven que le habla de la felicidad y del pensamiento libre en un mundo en que todo está estandarizado. Es entonces cuando Montag se replanteará su vida.

¿Nos hemos preguntado alguna vez si somos felices? ¿Nos gustaría que el Estado nos impusiera ser felices? ¿Elegiríamos una falsa felicidad o una felicidad vacía a cambio de nuestra sabiduría o sentido crítico? La consigna está bien clara: mientras más ignorantes seamos, menos sentido crítico poseeremos para cuestionarnos nuestra propia vida y menos problemas tendrá el Estado que pretende someternos.

Esta es la sugerente propuesta, que hace ya 60 años, Bradbury mostró al público enseñando no sólo lo que sucede en las dictaduras, sino anticipándose, en gran parte, a la sociedad actual, donde prevalece el hedonismo, el individualismo, la ignorancia generalizada y donde a veces se quita o se pone, según convenga, la venda a la justicia.

Se trata de una novela muy actual que supo observar cómo a los estados les gusta que la gente sea feliz, aunque ello supongo ser ignorante y conformista, suprimiendo la capacidad de individual de pensar por sí mismo.

A veces no nos damos cuenta de que la realidad es bien distinta, pues esa ignorancia nos hace lo suficientemente necios como para no poder ver lo infelices que podemos llegar a ser (recuerden el dicho de los romanos “Pan y circo”). Los poderosos temen a una sociedad culta, inteligente, reflexiva y con principios ya que no los pueden manipular a su antojo.

La televisión retratada en este libro guarda muchas similitudes con la actual. Una programación aburrida, despreocupada de la cultura y con la única función de entretener con contenidos vacíos que van idiotizando poco a poco.

Aunque la historia está contada sin profundizar mucho en los personajes, ésta no decae en ningún momento debido al giro en la personalidad del protagonista (su lucha interna en contra del sistema) y al mensaje que  va transmitiendo. Tiene un sorprendente final con un rastro de esperanza que viene a decir que siempre habrá una resistencia, generación tras generación, que luche contra los más poderosos, enemigos de la censura y del oscurantismo.

Se trata de un libro-denuncia cuya importancia radica en el mensaje que encierra. Más que invitarte, te obliga a pensar, al estilo de “1984”, de George Orwell, también altamente recomendable.

En palabras de José Caballero Bonald en el discurso de entrega del Premio Cervantes de este año: “La quema de libros es una metáfora de la esclavitud. Destruir, prohibir ciertas lecturas ha supuesto prohibir, destruir ciertas libertades. Quien no almacena conocimientos era apto para la sumisión”. Hoy por suerte podemos leer ‘Fahrenheit 451’.
PEDRO ESTEPA / CLUB DE LECTURA DE MONTALBÁN
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