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Lesiones internas

Defender a capa y espada un ámbito que las personas que lo integran se empeñan en derrumbar puede resultar harto complicado. Implica un esfuerzo superior si las figuras que bombardean el interior son Warren Spector o Hideo Kojima.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

El primero de los implicados, que lo podéis conocer por la reciente clausura de su estudio Junction Point, ha comentado su punto de vista hacia una nueva entrega del shooter Wolfenstein. Mejor dicho, ha regurgitado toda la bazofia en estado de compost que tenía en el vientre.

“Aburrido, monocromo, genérico, fantasía de adolescentes masculinos” y un sinfín de descomposiciones varias que ha vertido sobre dicho título en pos, según se encargó de estampar en nuestro ideario, de nuevas formas de videojuego e innovación. Muy correcta su forma de actuar, si no tenemos en cuenta los litros de bilis esparcidos sobre Bethesda y su nuevo juego.

Si pasamos por alto que sus últimos intentos de originalidad han acabado en bajas ventas y cierres de estudios, cabría incluso otorgarle alguna Medalla al Mérito Crítico del Día. Puede ser cierto que desintegrar nazis a estas alturas no suponga revolución jugable alguna. Pero, Spector, no son maneras.

En el otro lado del cuadrilátero, Kojima expone al conocimiento público su opinión sobre los videojuegos: no son arte. Esta afirmación no sorprende a nadie si viene de un colectivo externo, asombra moderadamente si procede de algún trabajadorcillo novato dentro del mundillo y traduce toda esperanza en pavor si lo dice alguien de semejante renombre.

Las motivaciones que le llevan a pensar lo ya citado son simples: “los desarrolladores no hacen arte, puesto que se piensa en atraer a cuanto más público mejor, no se trata de hacer un producto para cubrir las necesidades artísticas. Nosotros seríamos los que dirigimos el museo, no los artistas”. No se trata de engañar a nadie, los videojuegos son un tipo de comercio al igual que la música, el cine o los embutidos. Se crea un producto para ser consumido.

Hasta ahí el “papá” de Metal Gear lo hace muy bien. No obstante, en cuanto a la satisfacción del público, parece haberse quedado en las manifestaciones culturales de la Edad Media, cuando los trovadores contaban historias de pueblo en pueblo y en la literatura no existía el concepto de “derecho de autor”, cuando todos los libros los escribía un tal “anónimo”.

Guste o no, la cultura hoy día es un producto de consumo más. Y lo mismo pasa con el arte. En las galerías se exponen cuadros –lienzos blancos denominados Silencio en los que se puede llegar a desembolsar 1.000 esplendorosos euros- para ser vendidos; la música se ha convertido en un espectáculo de conciertos y discográficas; y el cine, donde más destaca precisamente, es en su rama “comercial”. Así que lo sentimos, Kojima, bajo otros criterios podría no considerarse al videojuego como arte, pero por el mero hecho de venderse y crearse para satisfacer a una masa, es insuficiente. Su criterio cojea.

Así las cosas, está claro que no se ayuda a que este ocio digital alce el vuelo. Son muchos los jugadores que se están abriendo para dar a conocer este hobby, son otras tantas las cabezas pensantes de las compañías las que hacen juegos asequibles a un público más amplio. Pero con trabas tan contundentes como las impuestas por estas entidades, va a resultar difícil. Bueno, tampoco hay nada imposible.

SALVADOR BELIZÓN / REDACCIÓN
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