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Nostalgia de algunos peperos

No les engaño si les digo que cada día me cuesta más trabajo entrar al trapo de la actualidad opinando sobre la misma. No sé si es debido a la impotencia que genera no poder cambiar el mundo o, simplemente, por el pasotismo biológico que suele infectarnos cuando, llegados a una cierta edad –afortunadamente, hoy por hoy, sigo sin considerarme viejo-, las perspectivas van cambiando de inclinación y nos importa menos que suban o bajen, pues por poco tiempo habremos de recorrerlas.

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Lo cierto es que aunque es verdad que me sigue preocupando la actualidad diaria y sigo con interés los debates informativos –tan polarizados y sesgados como siempre-, mi tendencia se ha modificado en el sentido de, generando mis propios juicios, deglutirlos yo mismo sin hacer partícipes de ellos a quienes me rodean o, por unos medios y otros, pudieran llegarles.

Sin embargo, no quiero dejar pasar la oportunidad de decir algo con respecto a las declaraciones de José María Aznar, que tanto revuelo mediático han levantado, por mucho que, como todo en política, terminen convirtiéndose en flor de un día, dejando poco recuerdo en la memoria.

Cada día me alegro más de que allá por el año 2001, siendo senador y presidente del Partido Popular en Córdoba y estando Aznar encumbrado en la mayoría absoluta obtenida un año antes, escribiese un artículo en el diario ABC, en el que criticaba el demarrage que la figura política del presidente del Gobierno y el propio Aznar habían iniciado, alejándose del pueblo y de las bases del partido, como quien vive en la nube de un liderazgo que no admitía discusiones.

Y me alegro porque podría acusárseme ahora de hacer crítica fácil, cuando estoy alejado de la militancia activa, si no fuese porque ya entonces, cuando igual tenía ante mí un futuro político prometedor, no callé aquello que pensaba, aunque al poco tiempo las consecuencias fuesen demoledoras en mi carrera orgánica y parlamentaria.

De ahí que pueda decir, creo que con autoridad, que respetando que cada cual –y, por supuesto, también un expresidente del Gobierno- tiene derecho a opinar, no ha brillado en este caso el don de la oportunidad a la hora de escoger Aznar el momento para hablar y, mucho menos, los argumentos que debía utilizar.

Que Rajoy tiene defectos y problemas de comunicación nadie lo va a dejar de reconocer y, mucho menos, puede sorprender a José María Aznar, cuando convivió con él ocho años de gobierno y evaluó concienzudamente sus valores a la hora de nombrarlo sucesor. También tenía estos defectos el propio Aznar y, sin embargo, consiguió superar una situación difícil de la economía española en 1996 cuando habíamos de incorporarnos al euro.

¿Que ha incumplido la literalidad del programa con el que se presentó a las elecciones de 2011? Evidentemente sí, pero también lo hizo Aznar en 1996, dadas las circunstancias en las que se encontró la economía del país. Sin embargo, dicho incumplimiento facilitó nuestra salida de la crisis entonces.

¿Que en quince meses sólo han hablado largo y tendido en una ocasión? No sé qué connotación negativa tiene eso. El nombramiento de sucesor no conllevaba el convertirse, a su vez, en preceptor y ayuda de cámara, y Rajoy era libre de recoger opiniones de allá donde considerase más oportuno, sin tener que rendir cuentas a su antecesor en el cargo.

A partir de ahí nos podrán gustar más o menos las medidas que viene adoptando el Gobierno; serán más o menos populares, pero nadie podrá poner en duda que son tan legítimas como da la sensación que dirigidas a conseguir un objetivo que pueda hacernos salir de la crisis a través del ajuste presupuestario, la cobertura de determinados servicios públicos y sociales de primera necesidad y la consecución de una estabilidad económica que nos permita generar empleo en un futuro próximo.

¿Que pueden existir otras fórmulas como las de incrementar el gasto público, que desde la izquierda se propugna, o rebajar los impuestos que apuntaba José María Aznar? Por supuesto que sí, pero no olvidemos que la responsabilidad de la gestión no la tienen en este momento ni el PSOE ni IU y tampoco, por supuesto, Aznar.

Quienes desconocemos la macroeconomía no somos capaces de poder afirmar que nos irá bien o mal, pero al equipo económico del Gobierno hemos de darle, al menos, el voto de confianza que nace de su tozudez a la hora de marcar un camino, incluso a sabiendas de que es impopular y puede tener efectos electorales. Aznar debiera haber respetado ello, máxime cuando conoce en profundidad los entresijos de la política y, además, es presidente honorario del partido en el Gobierno.

Unido a ello, ¿que amenace con volver a la vida política? En su derecho está si se encuentra con ganas y los militantes del PP lo apoyan. Pero no lo hará. Estoy totalmente convencido de que no dará ese paso porque sabe que su carrera política finalizó en 2004 y lo que pudiera venir sería como la reaparición de un torero en sus años de decadencia, posiblemente con muchas plazas pero, de seguro, con poco arte y aplausos caritativos.

Su gran incongruencia personal y política es que, como ya le pasara a Felipe González y después a Zapatero, y mucho me temo que le sucederá a Mariano Rajoy, tuvo los apoyos y la mayoría suficiente para hacer transparente la vida pública de los partidos y participativa la vida política del país, con una Ley Electoral mucho más democrática, y se arrugó ante ello defendiendo intereses personales y de grupo, lo que le invalida para dar muchas de las lecciones que ahora ha pretendido dar.

Llegó al extremo de designar a un sucesor y hasta de jugar con su famosa carpeta azul para tener a los españoles en vilo…De verdad que no entiendo la nostalgia de algunos peperos cuando el presente es tan distinto del que vivimos hace diez y siete años. Ahí estaba José María Aznar para alimentarla…

ENRIQUE BELLIDO
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