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¿Padres separados, hijos desgraciados?

Este podría ser un titular de impacto si sólo nos quedáramos en la superficie del mismo. Ciertamente, toda separación o ruptura del conjunto familiar comporta daños colaterales, los cuales dejan secuelas más o menos serias, tanto en los adultos como en los hijos, dependiendo de la madurez personal de cada uno de sus miembros.

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Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en una sociedad clínex, de usar y tirar. Estamos rodeados de objetos de rápida caducidad para consumir más y más y eso lo hemos trasladado al ámbito vivencial, donde es fácil también usar y tirar a las personas de nuestra vida.

Hoy, la separación de parejas está a la orden del día. Se habla ya de algunos cientos de miles de casos anuales. ¿El personal se separa con mucha facilidad, casi con frivolidad? ¿No nos aguantamos? ¿Ha desaparecido la capacidad de soportar al otro? ¿Simplemente se agotó el amor, palabra que lo dice todo y no dice nada? Pues, tiramos por el camino más fácil.

Seguir a toda costa una situación vivencial deteriorada, agresiva, opresora, de continuo enfrentamiento, tampoco es bueno para nadie. El “hasta que la muerte nos separe” ya no está vigente. Las cosas no salieron tal como esperábamos, no nos entendemos, lo hemos intentado, pero… Más vale separarse que machacarse diariamente. Es importante saber y tener en cuenta que una familia llena de conflictos es más perjudicial que la misma separación y que contar con la presencia del padre y la madre en el hogar no garantiza la felicidad o el desarrollo óptimo de sus miembros.

Posiblemente pensemos que es muy fácil emitir juicios de valor sobre este asunto. La casuística es tan amplia como parejas hay. Sin pretender agotar el tema ni menospreciar a los adultos implicados, me centraré en los desperfectos colaterales ocasionados a los hijos, si los hay.

La realidad es contumaz ofreciendo datos y, actualmente, ser hijo o hija de separados o divorciados ya no es un estigma para ser señalado por los demás como algo raro. Pero, lamentablemente, ellos son los grandes perdedores en esta contienda, porque son los más frágiles.

Parto del hecho cierto que hay exmaridos y exesposas, pero no debe haber expadres, salvo por desgracia, cuando la muerte está por medio. Y, en ese caso, los recuerdos mantienen vivo al ser querido que, desgraciadamente, hemos perdido.

Una separación conlleva, por su propia esencia, una dosis de hostilidad entre los padres. Si la hostilidad persiste después del divorcio, es difícil que no afecte a la convivencia de los hijos. Si la discordia se traslada a los hijos, intentando que tomen partido o que vean a la otra persona como un ser con muchos defectos, estamos haciéndoles un flaco favor.

La separación ante los hijos

En una separación y de cara a los hijos, es importante tener en cuenta y claro alguno de los siguientes aspectos: que no pueden ser moneda de cambio; pelear delante de ellos es peligroso porque aprenden modelos de comportamiento negativos (gritar, insultar); no se debe hablar mal de la pareja delante de ellos.

A largo plazo es más rentable exaltar lo positivo del otro que machacar con lo negativo; evitar utilizar al menor como mensajero y menos como ariete para lanzarlo contra el otro. Es mala política revocar o contradecir las decisiones tomadas por la otra parte –cumplimiento de horarios, de castigos, normas de conducta, salidas,…-; quererlos y mimarlos es importante, pero no hay que confundir dicha actitud con comprarlos, dándoles todo aquello que se les ocurra; que es obligado respetar el tiempo a compartir con ellos. Hay más razones que se pueden aducir.

¿Qué pierden los hijos con la separación? Además de la seguridad de saber que tienen unos padres con los que viven, la separación conlleva convivencia forzada con uno de los padres, por lo general es la madre la que queda al cuidado de ellos. No siempre la elección del progenitor con el que convivir es la más acertada y la que el hijo quisiera.

Consecuencia obvia es la disminución de influencia del progenitor con el que no se convive. Este pormenor puede producir resultados negativos cuando el ausente pretende introducir cambios de comportamiento que cree necesarios. La respuesta es inmediata: papá/mamá no lo hace así y, por tanto, hay una postura de enfrentamiento a la autoridad del que pretende los cambios. Hay una pérdida de poder adquisitivo importante para todos y, a veces, cambio de residencia, escuela y amigos, factores que se deben tener en cuenta por lo desestabilizadores que pueden ser. Está claro que las circunstancias mandan, en cada caso.

Los hijos ante la separación

La respuesta de los hijos a la separación depende de la edad y de la madurez psicológica de cada uno en particular. A continuación abordaremos las reacciones más frecuentes observadas en adolescente –hablar de los más pequeños alargaría este trabajo en demasía-.

Aparecen dificultades emocionales como depresión, miedo, ansiedad, tristeza junto con un marcado sentimiento de pérdida que genera problemas de conducta y una bajada del autoconcepto. Es frecuente que se den manifestaciones de cólera contra los dos padres o contra uno en particular, así como inseguridad y que el sistema de valores ya adquiridos se resquebraje.

Suele aparecer un descenso del rendimiento escolar que conlleva fracaso o abandono del sistema (las faltas continuadas a clase son un marcador claro). Está muy presente el temor a fracasar en su propia vida. El deterioro de relaciones con los iguales o dejarse llevar por compañeros también problemáticos es otro de los factores que hay que tener en cuenta y, a veces, se da una marcada conducta antisocial. Suelen rechazar la residencia alterna, en el caso de que exista esta opción.

Los indicadores de baja autoestima se podrían sintetizar en los siguientes: la angustia y ansiedad afloran con facilidad y son un obstáculo para enfrentarse con los retos diarios. Presentan una actitud bipolar ante los demás, mostrándose tímidos ante los mayores y agresivos con los más pequeños o más débiles. Los fracasos personales les desmotivan aún más, por lo que son poco tolerantes con la frustración. Suelen actuar sin pensar en las consecuencias de su acción, sin plantearse el porqué de lo que van a hacer. Pasividad y desmotivación es otro de los síntomas que manifiestan.

No les preocupa su aspecto físico, incluso están en la etapa de llamar la atención con su atuendo provocativo. Rechazarían taxativamente un uniforme oficial y sin embargo se uniforman para ser aceptados. El futuro les trae sin cuidado. El “carpe diem” es lo único que les absorbe, aparentemente, y se refugian en la pandilla. Presumen de poseer cosas valiosas (mejor móvil, último juego de ordenador…) para así deslumbrar a los demás y ganárselos en el caso que estén chantajeando a un progenitor.

La persona con baja autoestima piensa que no vale lo suficiente y por tanto se considera inferior a los demás. Esa creencia le lleva a hablar despectivamente de sí misma y de los que le rodean. Como padres debemos transmitirles esperanza, tesón, dominio de las propias emociones, motivarlos… Y, sobre todo, hacer que se sientan queridos pase lo que pase entre los mayores.

La familia, un soporte vital

A pesar de todo, la familia sigue siendo el paraguas bajo el que nos guarecemos en el día a día. Soporte que se manifiesta en gestos de cariño, de comprensión, de apoyo, de ayuda moral y material. La familia desempeña funciones psicológicas esenciales para el ser humano como, por ejemplo, la socialización, la construcción del autoconcepto y es en la autoestima donde juega un claro papel. Y en las circunstancias socioeconómicas en las que nos movemos actualmente, es todo un ejemplo de solidaridad.

A través de la socialización familiar las personas nos convertimos en seres sociales, a la par que asumimos las reglas de juego necesarias para afrontar la vida. En definitiva, el adolescente, desde y con la familia, aprende a entenderse a sí mismo y se forma una imagen de lo que es, lo que quiere ser y del mundo que le rodea.

Para quien pueda estar interesado, de entre la múltiple literatura sobre el tema, entresaco los libros Los padres no se divorcian de los hijos, de Paulino Castells y El divorcio hoy, de César Tomás Martín que pueden aportar algunas ideas a tener en cuenta.

PEPE CANTILLO
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