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Por error

Nací por error una fría mañana de octubre pues, además de que se me esperaba para diciembre, mi madre ocultó su embarazo hasta que ya no le fue posible disimular una barriga que veían todos menos mis abuelos, avergonzados de no saber quién había dejado preñada a su única y mimada hija o, quién sabe, de saberlo demasiado bien.

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Me bautizaron por error a una edad algo superior a la media con el nombre de Luis, pues siempre debí haber llevado orgulloso el nombre de los patriarcas de mi saga, Carmelo, pero un juvenil impulso de mi madre justo en el momento en el que el cura vertía el agua bendita sobre mi todavía calva cabeza hizo que no se pronunciaran las palabras adecuadas.

Ingresé por error en la Facultad de Económicas, pues siempre tuve claro que las letras eran mi vocación. No podía ver las matemáticas ni en pintura y, para ser sincero, nunca llegué a entender esa manía del profesor de turno de tacharme los problemas en los que llegaba al resultado correcto por el procedimiento equivocado.

Varios años después de terminar la carrera, me casé por error con María Dolores, pues siempre estuve enamorado de Carmen, aquella compañera de carrera que logró endulzar los duros años de estudio que estuve recluido en una licenciatura en la que nunca debí haber ingresado, pero después ya de tres hijos por error, pues la cópula reproductiva nunca se encontró en mi lista de preferencias, no tenía valor ni autoridad moral como para romper una familia.

Con todos estos antecedentes espero que entienda, señor juez, que durante diez años contabilizara pagos por error al bufete que fundó Miguel Ángel Blesa por importe de 600.000 euros, aunque parezca que me estoy riendo de usted y que estoy tomando por tontos a millones de españoles. Nada más lejos de mi intención.

PABLO POO GALLARDO
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