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El gran ojo de Prism

Por si alguno lo consideraba aún una exageración, ha venido Snowen a confirmarlo: Internet nos espía. Nada hay más vulnerable que utilizar esa red omnipresente que nos tiene atrapados, para casi todo, entre sus conexiones y circuitos electrónicos. Todo queda registrado, todo deja un rastro y todo es analizado en forma de datos que sirven tanto para conocer con precisión milimétrica nuestros gustos, nuestros intereses, nuestra opinión y nuestra identidad, como para inducirnos, atraernos, conducirnos o manipularnos con invisible pero poderosa facilidad.

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Un gigantesco programa de espionaje de las comunicaciones, que rastrea los servidores de las compañías que aglutinan a la mayoría de las redes sociales para espiar a los usuarios, ha sido desvelado por uno de los técnicos que participaba de las escuchas, Edward Snowen, un informático de 29 años que trabajaba para la CIA.

Se trata de Prism, una estructura capaz de interceptarlo casi todo, puesta en marcha por la agencia norteamericana NSA (Agencia de Seguridad Nacional). No es una intrusión ilegal, sino un instrumento que la justicia norteamericana autorizó para la lucha contra el terrorismo. Lo espeluznante es que no sólo han sido espiados los ciudadanos de aquel país sino los de todo el mundo, gracias a la concentración e interrelación de redes y servidores que monopolizan las comunicaciones en internet.

Las compañías más importantes de informática y las empresas que facilitan la mayoría de los contenidos y servicios de internet, como Micropsoft (Hotmail y Skype), Google (Gmail, G+, Youtube, Google Maps, etc.), Facebook, Yahoo, AOL, Apple, Paltalk y otras, deben proporcionar datos sobre los emails, chats, vídeos, fotos, archivos compartidos, videoconferencias, posiciones de GPS, llamadas a través de internet y cuanta actividad se desarrolle en las redes sociales que ellas administran.

En principio, la legislación estadounidense obliga a estas empresas a facilitar dicha información a requerimiento de un juez pero, en la práctica, el programa Prism accede permanentemente a esos servidores para espiar a los usuarios en tiempo real, sin ninguna orden judicial previa. Es más, según The New York Times, estas empresas se involucraron activamente en las prácticas de escrutinio de la red, hasta el extremo de que Google y Facebook llegaron a crear plataformas específicas para agilizar el proceso.

Esta denuncia ha puesto en un serio aprieto al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien no ha tenido más remedio que reconocer la existencia de ese control masivo de las comunicaciones en Internet. Incluso ha asegurado que “el espionaje masivo es crucial en la guerra contra el terror”, excusándose en que “no se puede tener un 100 % de seguridad y también un 100 % de privacidad y ningún inconveniente”.

Estas declaraciones quedan lejos de las que el mismo Obama, siendo senador, mantenía contra la Patriot Act del Gobierno de George W. Bush por plantear “una elección falsa entre las libertades que valoramos y la protección que nos ofrece”.

Y es que lo que parecía una neurosis de los que ven conspiraciones por todos lados se ha convertido en una realidad, en la patente demostración de la existencia de una trama de control y espionaje de todos los usuarios de Internet. De esta manera, los gobiernos y toda una miríada red de agencias de inteligencia y espías cibernéticos, sin contar los hackers que pululan a su libre albedrío, vigilan nuestros rastros digitales por la red y saben más de nosotros que nosotros mismos.

Ello nos obliga a enfrentarnos al eterno dilema hobbesiano entre libertad y seguridad, convencidos de que, puesto que no hay libertad sin seguridad, sacrificaremos aquella en nombre de ésta. Justo lo que desean los que impulsan programas como Prism para acceder a la intimidad sobre la que descansa nuestra libertad individual y considerarnos presuntos sospechosos de actividades potencialmente delictivas.

La gran paradoja es que nos vigilan y controlan con las mismas tecnologías que nos sirven para denunciar injusticias y opresiones en el mundo y con las que creíamos que acabaríamos con las opacidades y la falta de información de los regímenes más autoritarios cuando, en realidad, dependemos de unas pocas empresas que son fácilmente coaccionadas y penetradas por el Poder, a través de esa misma Patriot Act que “prohibe a cualquier individuo u organización revelar que ha entregado datos al Gobierno federal” ni antes, durante o después de una investigación. Nada pueden decir sin quebrar la ley. Ni nada podemos hacer cuando revelamos con tanta ingenuidad nuestra intimidad por la red. Quedan advertidos.

DANIEL GUERRERO
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