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Mientras nos quede el fútbol...

Con esta crisis que no acaba ni prevé hacerlo a menos que le cambiemos el nombre, el ciudadano medio apenas concibe la idea de que haya sectores de la sociedad a los que les va realmente bien. Ahí están los cobradores de morosos, las tiendas de los chinos, las cadenas de comida rápida, las administraciones de Lotería o los gobernantes que antes eran oposición y que ahora nos encaminan hacia "la buena dirección" (la rima asonante ha sido involuntaria y, para ser sinceros, un tanto ridícula).

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Después está el mundo del fútbol... No es mi intención aquí, valga la precaución para mi propia retórica, disertar sobre las peculiaridades visiblemente irracionales de esta afición deportiva, pues ahí, entre otras cosas, reside su encanto.

Nadie puede negar haber sido poseído alguna vez por ese latigazo de euforia al cantar un gol de un tipo que casualmente juega en el equipo que por azar has elegido apoyar desde tu sofá anónimo.

Bueno, en realidad, puede que no todos vibren con ese mágico momento en el que el balón franquea la línea de portería, pero seguro que lo hacen al quitar el celofán del videojuego que prereservaron hace meses, o al ver un año más a la Virgen del Rocío cabalgando sobre espaldas sudorosas, o al descubrir, junto a otros cientos de miles de turistas, el (este sí) auténtico paraiso, o al hacerse una fotografía con el príncipe Felipe, Bruce Springsteen o Paquirrín.

Son diferentes formas irracionales aunque altamente placenteras de escapar del aburrimiento crónico de nuestras vidas, lo que nos hace unos verdaderos yonquis de la adrenalina vital, del asombro espontáneo, de la felicidad de anuncio de televisión.

Ya me he desvíado del tema... El fútbol. La crisis, como el dinero o el poder, es selectiva, y los clubes españoles parecen vivir al margen de sus caprichosos designios. Hace unos días, Florentino Pérez, mesías galáctico para la gloria madridista, presentaba el proyecto del nuevo estadio Santiago Bernabéu –remodelación para ser precisos- mediante el que pretende dar lustre al orgullo un tanto cabizbajo de la comunidad blanca a falta de títulos de relumbrón. Más recientemente, se daban más detalles de otra reforma, la del Camp Nou, auténtico baluarte de un nacionalismo forjado con goles argentinos.

Curiosamente, sendas reformas tendrán un coste inicial estimado en 400 millones de euros (aunque todos sabemos que en España la cifra inicial hay que terminar multiplicándola por dos), que será retroalimentado simuladamente y en diferido con la deuda pública de sendos clubes,que alcanza los 540 millones de euros en el caso del Real Madrid y 331 millones en el del Barcelona (ignoramos si el "sobrecoste" de Neymar está pasado a cuenta).

Y entendamos "deuda pública" literalmente, es decir, que aquí las obligaciones monetarias se colectivizan y los beneficios se privatizan, aunque la Unión Europea no lo termine de captar y venga a investigar las cuentas de algunas entidades de nuestro orgullo patrio, como si alguien ocultara que se destinan ayudas públicas a sus arcas, que se conceden préstamos con cláusulas dudosas o que se conceden terrenos a coste cero para que cada ciudad tenga su propio estadio.

Esto se parece peligrosamente a una trama de The Wire: todo empieza con una ingenua investigación sobre la financiación de algunos equipos de fútbol y acaba con la implicación de bancadas políticas enteras. Y si no que se lo digan al PP valenciano, cuyo amor por el deporte de la región (y por Calatrava, el hijo pródigo) nos hace cuestionarnos cuánto dinero llegaron a gestionar en la época de bonanza (la hipótesis de una imprenta de billetes falsos coge cada vez más fuerza).

Pero seamos sinceros: los beneficios –directos e indirectos- del fútbol son mucho mayores que estas minucias. Además, es parte de la cultura nacional. Y no es broma. El museo del F.C. Barcelona (sí, es un museo) es el segundo edificio más visitado de la capital condal con más de 1,7 millones de visitantes anuales, tan sólo por detrás de la Sagrada Familia.

El del Santiago Bernabéu está trabajando para alcanzarles (como en la Liga), y ya roza el millón de visitantes al año y se sitúa como cuarto museo de la capital (y porque el Prado o el Thyssen tienen cierta prensa en el extranjero...). Por si os interesa y os parecen caros los 14 euros de la entrada de El Prado, el precio es de 23 euros en el tour del Camp Nou y 19 en el del Santiago Bernabéu (una hora y media).

En el caso de otros clubes, se está meditando la posibilidad de realizar el tour informativo en otro lugar –la cárcel, por ejemplo- para que sea el propio presidente quien muestre de primera mano los trofeos cosechados bajo su triunfal mandato. Todo ello, eso sí, si la afición lo permite y no abandera un motín par salvar de la ingrata Justicia a su "presi" al grito de: "Tú sí que vales... mi arrrma".

En conclusión, que cuando el presidente del Gobierno acuda a un partido de fútbol en lugar de atender cualquier otro asunto reemplazable, no nos pongamos a criticar a lo loco en Twitter, pues está haciendo lo que tiene que hacer, para lo que le pagamos generosamente: representar a nuestro país.

Y sin más, no sé a ustedes, pero a mí me apetece echar un FIFA'14 antes de que empiece el partido, que con estos horarios no tiene uno tiempo para nada.
JESÚS C. ÁLVAREZ
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