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De Kosovo a Crimea

Cualquier manual de diplomacia recomienda acudir a la historia y la geografía como ciencias complementarias para extraer un diagnóstico adecuado y aplicar así una política eficaz para la resolución de eventuales conflictos. Sin embargo, hoy parece que se ha hecho oídos sordos de esta práctica habitual de la historia de la diplomacia para afrontar la crisis de Ucrania.

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No seré quien se oponga a la modernización y democratización de Ucrania y, menos aún, a que toda la atención europea hacia este país se oriente a alcanzar su enraizamiento en Europa.

Comparto todos los esfuerzos de la Unión Europea y de su Alta Representante para alcanzar una asociación estratégica de Europa con Ucrania, y así reforzar el Estado de Derecho y las libertades de tantos ucranianos que han denunciado la corrupción y las malas prácticas políticas del presidente Yanukovich, pero también soy de los que piensan que todo avance y progreso en las relaciones con Ucrania debe hacerse tomando en consideración sus relaciones con la Federación de Rusia.

Ucrania ha podido ser, y espero que en un futuro próximo lo sea, uno de los nexos de unión entre Rusia y la Unión Europea, y no lo que dramáticamente se nos muestra; es decir, un campo de batalla para ver quién se hace “dueño” o “protector”, como si los ucranianos no tuviesen la suficientemente madurez para buscar un espacio propio que preserve su doble pertenencia tan necesaria como enriquecedora.

En mi opinión, tanto europeos occidentales como rusos deberíamos buscar el establecimiento de un “status sui generis” para este país. En una de mis visitas a Kiev, tras el fracaso de la “revolución naranja” y ante un nuevo proceso electoral que dio su victoria al presidente Yanukovich, sugerí a mis interlocutores ucranianos algunas ideas de futuro para galvanizar las tendencias enfrentadas entre Europa y Rusia.

A veces se olvida que la Federación de Rusia tiene un marco institucional con la OTAN, el Consejo Rusia-OTAN, que se celebra regularmente al margen de las Cumbres Trasatlánticas, y siempre que no se vean afectados por crisis como de la Georgia.

En estas circunstancias se debiera haber explorado, sobre todo en tiempos de confianza y de reconciliación como los de Yeltsin o la llegada de Putin al poder, para promover una nueva forma de cooperación y partenariado.

La base naval de Crimea habría podido ser el primer jalón de una base conjunta de la OTAN y la Federación de Rusia con el fin de hacer frente a los nuevos desafíos estratégicos y de seguridad del área euro-centroasiática.

En lugar de instalar escudos antimisiles en los países del antiguo Pacto de Varsovia, Estados Unidos y la Alianza Atlántica podrían haber imaginado o promovido alguna iniciativa en la que fuerzas armadas conjuntas hubieran compartido sistemas de seguridad y defensa sobre amenazas comunes.

Desgraciadamente, Crimea es la demostración de que el espíritu y las sospechas de la Guerra Fría perviven. Sólo podremos resolver el conflicto de Ucrania si decidimos dar carpetazo final a la Guerra Fría y, como diría Georges Kennan en su largo telegrama de Moscú de 1946, contribuimos a eliminar “la visión neurótica del Kremlin de los asuntos mundiales y el sentimiento instintivo ruso de inseguridad”. El presidente John Kennedy así lo entendió y en su “Peace Speech” apostó por aquellos que creyeron en un destino común de la Humanidad.

Esta situación en Ucrania se ha visto aún más agravada por la decisión del Parlamento de Crimea de proclamar unilateralmente su independencia y pedir su integración con Rusia. Esta resolución debería evocar algunas de las adoptadas hace años y que, en mi opinión, han conducido a crear precedentes innecesarios.

Aludo concretamente al reconocimiento, por parte de una gran mayoría de países occidentales, de Kosovo. Se apoyó su declaración unilateral de independencia y muchos nos opusimos a ello, a pesar de las fuertes presiones a las que nos vimos sometidos.

Hoy podemos afirmar con serenidad que nuestra decisión fue adecuada. Aún recuerdo cómo la mayoría de mis colegas europeos, exaltados y furiosos, reclamaban a la Federación de Rusia el respeto a la integridad territorial de Georgia y cómo les recordé que en los ámbitos de las relaciones internacionales y el Derecho Internacional se debe mantener la coherencia para no crear precedentes que más tarde sean difíciles de defender y explicar.

Hoy nuevamente nos enfrentamos a un caso muy similar y, cuando los representantes de Crimea proclamen de manera unilateral su independencia qué pueden decir aquellos líderes que se envolvieron en la bandera independentista kosovar. ¿Cuáles son los argumentos jurídicos y de Derecho Internacional que diferencian estas situaciones…?

España y sus respectivos gobiernos, a pesar de las aceradas críticas de los supuestos defensores del pensamiento políticamente correcto, actuaron y actúan conforme a la legalidad internacional y, sobre todo, conocen bien la historia y la geografía de esa región, pues como nos indica el viejo refrán español: “quien siembra vientos, recoge tempestades”.

En cualquier caso, la situación actual de Ucrania sólo puede resolverse por las vías diplomática y política. En primer lugar, debemos rechazar el referéndum de Crimea por su ilegalidad; en segundo lugar, la comunidad internacional debe colaborar a la preparación de las próximas elecciones presidenciales en Ucrania del mes de mayo, con el fin de crear las condiciones objetivas para que el pueblo ucraniano decida su futuro político en libertad y con plenas garantías democráticas. Y por último, la comunidad internacional y la Unión Europea deben buscar el entendimiento estratégico con la Federación de Rusia para evitar una segunda Guerra Fría.

MIGUEL ÁNGEL MORATINOS
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