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La hora del Planeta

Desde hace algún tiempo han surgido voces, unas autorizadas e informadas, que luchan para concienciarnos, a Estados y ciudadanos, del gran valor de la casa común en la que vivimos; otras voces, seductoras y desinformantes, pretenden arrastrarnos a su huerto de intereses comerciales y económicos, supuestamente limpios. No desvelo secreto alguno diciendo que la publicidad se ha vestido de verde para aparecer como ecológica.

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'Color enfermo' || © orádea 2014

Hasta ahora, el ser humano había pensado que la Naturaleza era una fuente inagotable de recursos, pero estos son limitados. La Ecología ha demostrado que las materias primas son restringidas y que el desarrollo de todos los seres vivos, también es limitado.

Hay recursos que son renovables, sin embargo otros no lo son; así que llegará algún día en que éstos se terminen y por eso hay que aprovechar lo mejor posible lo que nos ofrece la naturaleza. ¿Catastrofismo? A la vista del panorama que se va dibujando, creo que no.

Los ecosistemas pueden alterarse por causas naturales: cataclismos, cambios climáticos, etc., pero esto ocurre tras largos periodos de tiempo; sin embargo, la tecnología humana puede modificarlos en muy corto plazo.

Somos uno de los pocos animales, puede que el único, que destruye sistemáticamente su casa, hasta tal punto que el impacto causado es enorme. La capacidad depredadora de los humanos ha alcanzado cotas inimaginables hasta hace poco, y esto está llevando a la naturaleza a una situación límite.

Por otro lado, el aumento de población, la explotación de la tierra y la actividad industrial con un gasto exagerado de energía y de productos naturales, es enorme. En estos momentos podemos afirmar rotundamente que está amenazado el futuro y la salud de la humanidad como consecuencia de haber puesto en peligro la vida sobre la tierra.

En 1972 se hizo una valoración medioambiental y se dispusieron una serie de principios que deberíamos seguir si queríamos que, en un futuro no muy lejano, La Tierra, y con ella nuestro modo de vida, no estuviera en situación de irreversible peligro. Desde entonces nos han alertado de la necesidad de proteger y racionalizar los recursos. Sin embargo, no se ha logrado detener dicha sobre-explotación y malversación de los mismos.

Para el reciente informe de la ONU sobre el cambio climático que se ha producido en el planeta desde mediados del siglo pasado, la responsabilidad humana es incuestionable y los resultados negativos saltan a la vista.

Ya estamos sufriendo parte de esos efectos con aumento de temperaturas; de aquí a finales de siglo se espera una subida del nivel del mar de hasta 82 centímetros, junto con el aumento de la sequía y de los ciclones.

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'Esperanza de vida' || © orádea 2014

Como secuela directa aumentará la pobreza, se producirán desplazamientos de población huyendo de situaciones extremas y la merma de cosechas provocará malnutrición; se incrementará la violencia y aparecerán problemas de salud.

España no se salva de la quema. Según datos de la ONU, nos esperan noches calientes (más de 20 grados en verano); aumento de la sequía que, junto con daños por inundaciones y el descenso de la humedad del suelo, afectarán a los cultivos.

Indudablemente, a mayor calor, más evaporación con lo que la sequía será imparable. Se agravará aún más la lucha por el agua entre agricultura, industria, turismo y la población en general. El panorama se presenta poco halagüeño.

Los gobiernos han prometido un pacto global en la cumbre a celebrar en París en 2015; pacto que, de ser cierto, deberá ponerse en marcha en el 2020. ¿Declaración de buenas intenciones? Por supuesto, ya que no será fácil conseguir el consenso en un intento por frenar el deterioro climático.

Indudablemente, hablar y tomar conciencia de la macroecología es importante, pero esa misión atañe a la supraestructura planetaria; pero hablar y sobre todo actuar en el día a día y en cuestiones muy concretas, cercanas, caseras, es cosa de todos.

A los humanos contemporáneos se nos plantea un auténtico dilema al vernos obligados a elegir entre diferentes necesidades y al tener que optar por valores contrapuestos. Por una parte, una forma de vida a la que no queremos renunciar, con alto nivel de bienestar y consumo, basada en un tipo de economía muy consolidada en la que actúan factores técnicos y políticos. Y por otra, la necesidad de preservar las reservas naturales y la vida del planeta.

Hoy en día el modelo económico y las formas de producción imperantes en los países desarrollados tienen como objetivo obtener los mayores beneficios con el menor coste posible. Las nuevas tecnologías colaboran a ello. Pero no olvidemos que hay que pagar un alto precio.

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'Tendiendo puentes' || © orádea 2014

Para hacer algo por nuestro hábitat, hemos de empezar por pequeñas cosas, por nosotros mismos, para así, de lo particular pasar a lo general. Como pequeño gesto, no por ello menos importante, resalto el apagón producido en todo el mundo, el pasado sábado 29 de marzo. Aunque parece ser que la población española, durante la hora de ese día, consumimos un 4,9 por ciento más de electricidad que el sábado anterior, a la misma hora.

Con frecuencia solemos considerar como problemas medioambientales sólo los grandes destrozos mundiales, porque son más impactantes y en la mayoría de casos están lejos de nosotros: deforestación, caza de ballenas, reducción de la capa de ozono, y muchos otros similares, pero no nos percatamos de los que tenemos a nuestro alrededor.

Puede que su valor ambiental no nos parezca importante, pero se hace ineludible el evaluar y tomar conciencia del entorno para ver posibles soluciones y pasar luego a los grandes problemas. Es precisamente la percepción de interdependencia entre pueblos, entre seres humanos y entre toda la naturaleza, lo que nos da una conciencia moral ecológica.

“La conciencia ecológica” que se ha despertado, pone en tela de juicio estilos de vida, sistemas económicos, acciones políticas y estructuras sociales, que delatan una crisis moral. El bienestar material es necesario para una calidad de vida, pero no a toda costa. Una ética ecológica exige un nuevo concepto de desarrollo que mantenga en equilibrio las necesidades humanas y la conservación de la naturaleza, es decir un “desarrollo sostenible”.

Y yo ¿qué puedo hacer? Caben dos posibles respuestas. A mí que me registren, yo soy algo insignificante en toda esta maraña. ¡Que se las apañen! Otra alternativa es arrimar el hombro solidariamente porque “todo ladrillo hace pared”.

Basándome en la Ley de las Tres Erres (Reducir, Reutilizar y Reciclar, a las que añado evitaR) me atrevo a sugerir el siguiente “decálogo” del ciudadano ecológico:
  1. Ahorrar energía en casa, pensando en nuestro bolsillo y en el medio ambiente;
  2. Control y racionalización del uso del agua;
  3. Disminución de basura y reciclaje de la misma;
  4. No utilizar productos de usar y tirar;
  5. Comprar artículos envasados en recipientes ecológicos frente a los nocivos para el medio ambiente;
  6. Evitar en el hogar el abuso de productos químicos, aerosoles y espray;
  7. Evitar bolsas y botellas de plástico porque no se degradan;
  8. Consumir menos papel y a ser posible reciclado;
  9. Utilizar el transporte público, la bici o mejor ir andando antes que en coche;
  10. Cuidar el entorno público –calles, jardines, campo-. Una ciudad limpia no es la que tiene más barrenderos sino más ciudadanos limpios.
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PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍAS: DAVID CANTILLO | © ORÁDEA 2014
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