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Aforismos y pensamientos: la soledad

Una de las cuestiones más difíciles que tenemos que afrontar las personas a lo largo de nuestra vida es el tema de la soledad, puesto que, de un modo u otro, un día nos tropezaremos con ese fantasma al que deseamos ver lejos de nosotros. Y es que como dice Erich Fromm, ese gran psicólogo que he citado en otras ocasiones, “nacemos solos y morimos solos, y, en el paréntesis, la soledad es tan grande que necesitamos compartir la vida para olvidarla”. La soledad, pues, nos acompaña como una sombra de la que no podemos desprendernos, aunque intentamos mitigarla buscando distintas soluciones, unas mejores que otras.

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Claro que una de las respuestas que damos es la compañía de nuestros semejantes. Pero no es que necesitemos a los demás solo para paliar el aislamiento, sino porque, como apuntaba el poeta y grabador inglés William Blake, “todo lo que vive, no vive solo, ni para sí mismo”.

Entonces, si los seres humanos somos también una especie cuyos miembros por necesidades vitales nos necesitamos los unos a los otros, ¿por qué precisamente en nosotros aparece el sentimiento de soledad que en las otras especies vivas no lo encontramos?

Llegados a este punto, y para caminar con cierto criterio de rigurosidad, quisiera remitirme a los postulados del psiquiatra Carlos Castilla del Pino, puesto que en sus estudios sobre la psicología y el comportamiento humano mantiene unas tesis que bien pueden aportar luz al por qué la soledad es consustancial al ser humano. A lo largo de su obra sostiene que los escenarios o planos de actuación del individuo son el público, el privado y el íntimo.

Se entiende perfectamente cuál es el público, pues todos nosotros en nuestro trabajo o en nuestras relaciones familiares o sociales vivimos cotidianamente en este escenario. El privado se refiere a aquél que habitualmente cada uno posee en sus actuaciones propias y aisladas, pero que puede ser conocido por otros; por ejemplo, ducharnos es un acto privado, pero puede ser visto por otra persona.

El ámbito íntimo viene referido a nuestros pensamientos y sentimientos que son personales e intransferibles, ya que solo son percibidos y sentidos por el propio sujeto que los posee, y, aunque pudiera comunicárselos a otros, en última instancia quedan en lo más reservado de la persona. De ahí que este autor en su libro Aflorismos nos diga: “Hay siempre una constante de soledad en el ser humano: su intimidad”.

Ciertamente, la soledad puede contemplarse como una situación social o como un sentimiento íntimo. Cuando es un hecho social, aparece el solitario, es decir, aquel individuo que vive aislado del resto de los demás. En este caso, la soledad se vive como algo permanente, como una manera de ser en la que el monólogo continuo con uno mismo sustituye al diálogo entre dos, que es la forma de comunicación humana básica.

Sobre esta cuestión, nuestra rica lengua que es el castellano hace una importante distinción entre el “ser” y el “estar”, pues no sería lo mismo un individuo que es un solitario de otro que está o se encuentra en una situación de soledad, que se trataría de un estado transitorio.

Y nadie mejor que Franz Kafka para expresar el sentimiento de agónica soledad que acompaña al solitario. Esto lo expresa con clara nitidez en sus Diarios, en los que podemos leer acerca de sí mismo: “Incapaz de vivir, de hablar con seres humanos. Completo ensimismamiento, un pensar exclusivamente en mí mismo. Apático, falto de ideas, angustiado. No tengo nada que decir, nunca, a nadie”.

Quien no conozca la obra del genial escritor checo le recomendaría la lectura de Carta al padre y comprendería cómo un progenitor despótico, sin muestras de cariño y afecto, es capaz de aniquilar emocionalmente a su hijo, condenándole a vivir en ese infierno que es el que habitan los seres arrojados al abismo de la soledad, como fue su caso.

Esto, en cierto modo, contradice lo que Nietzsche escribiría en su libro Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales cuando afirma: “Poco a poco ha ido revelándose cuál es el defecto más general de nuestra especie de formación y educación: nadie aprende, nadie aspira, nadie enseña a soportar la soledad”.

Este aforismo podría dar lugar a un amplio debate. En el caso de Kafka, su padre, como he manifestado, no le ayudó a forjarse una seguridad en sí mismo, lo que incluye saber resolver las dificultades a las que cualquier niño o adolescente tiene que afrontar, sino que lo condenó a la soledad al aniquilarlo como persona, tal como el propio autor lo manifestaría metafóricamente en su obra La metamorfosis.

Pero, ¿siempre es tan negativa la soledad? ¿No habría otro tipo de soledad que fuera deseable tener? ¿Y qué decir de aquellos que han optado libremente por llevar una vida alejada del resto de la sociedad?

Cierto que no todas las formas de soledad son tan negativas como las descritas. Para que lo entendamos voy a seleccionar algunas frases de distintos autores para comprender la otra cara de este sentimiento.

Así, el escritor Noel Clarasó nos dice: “Solo puede ser independiente el hombre que se basta a sí mismo y que sabe vivir solo”; el propio Nietzsche nos apunta: “La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que es capaz de soportar”; o Schopenhauer: “La soledad es el patrimonio de las almas extraordinarias”.

Puesto que la soledad forma parte consustancial del ser humano, aprender a afrontarla, saber estar solos, no dejarse vencer por los sentimientos de tristeza y pesadumbre que suelen acompañarla (nadie se ríe solo), configuran un reto indispensable para construirse una personalidad sólida.

Y saltando al mundo de hoy, cabría preguntarse si las nuevas tecnologías y el contacto a través de las redes sociales han venido a resolver ese sentimiento, que como decía Erich Fromm queremos ver alejados de nosotros, al estar conectados con múltiples “amigos” o es un alivio transitorio que se obtiene mientras se está delante de la pantalla en conexión con otros internautas.

También podríamos preguntarnos si la soledad que la he abordado desde la óptica individual pudiera tener una dimensión colectiva, puesto que la profunda crisis social que vive nuestro país nos hace sentir sin referentes reales sólidos al perder la confianza en las personas y las instituciones que nos gobiernan.

Y es que hoy vivimos en un verdadero estado de confusión, del que sentimos que difícilmente vamos a salir de él, dado que el neoliberalismo que nos domina nos ha aislado con la ideología del “cada uno a lo suyo”, que en la actualidad se ha transmutado en el “sálvese quien pueda”.

Lo cierto es que ese egoísta aislamiento, fomentado por un sistema que necesita, no grupos y colectivos humanos, sino átomos sin conexión unos con otros, está llevando a sectores sociales a la desesperación y a toda una generación joven al desencanto al sentirse sola ante un sistema que le da abiertamente la espalda.

AURELIANO SÁINZ
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