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Like a Rolling Stone

No hace mucho pudimos ver en las pantallas de los cines de nuestro país la última película de los hermanos Coen: A propósito de Llewyn Davis. Basada, en gran medida, en las memorias de Dave Van Ronk, narra la triste historia de un cantautor que en 1961 pretende abrirse paso en los circuitos folk de Greenwich Village, barrio neoyorquino que por entonces acogía a aquellos jóvenes airados que querían marcar un nuevo rumbo en la escena musical.

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Los que la hayan visto pudieron comprobar que al finalizar la película, en el garito que había sido el centro de las actuaciones, se divisa en el escenario a un joven con voz nasal, pelo ensortijado y nariz aguileña como evocación y homenaje al incipiente Bob Dylan. Era la cara opuesta de la existencia llevada por el protagonista del film, puesto que, a diferencia suya, Dylan acabaría conociendo las mieles del éxito en medio de tantos que quedaron en la cuneta.

Efectivamente, Robert Allen Zimmerman, que así era su verdadero nombre, llegó a firmar canciones que se convertirían en verdaderos himnos de toda una generación. Las letras y las músicas de Blowin’ in the wind, que fue traducida al castellano como “La respuesta está en el viento”, A hard rain´s a-gonna fall (“Una fuerte lluvia va a caer”), Master of war (“Señores de la guerra”) o With God of our side (“Con Dios de nuestro lado”) son recordadas por todos aquellos que entendían que se vivía en un mundo cruel e injusto, por lo que era necesario denunciarlo y comprometerse en transformarlo.

Pero un día Dylan consideró que la guitarra y la armónica eran instrumentos insuficientes para sus pretensiones como artista. Tras un cierto escándalo en el concierto en el que apareció con una guitarra eléctrica, algunos de sus seguidores consideraron que traicionaba la pureza con el que había comenzado y que ese no era el Dylan que ellos querían.

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De todos modos, la decisión era irrevocable. Esto se confirmó con un tema que marcaría un antes y un después en su carrera. Se trata de Like a Rolling Stone, canción muy larga para aquellos años, ya que superaba ampliamente los seis minutos, y que aparecería en su álbum Highway 61 Revisited.

Se ha escrito largo y tendido sobre este tema que cambió el rumbo de la obra de uno de los grandes cantautores que, partiendo del folk, abrió las puertas a la electrificación y al uso de instrumentos ajenos a este estilo. A pesar de todo, otros muchos, entre ellos el citado Dave Van Ronk, se mantuvieron fieles a las bases de esta forma de expresión musical.

Pasado el tiempo, como era de esperar y barriendo para su casa, la revista Rolling Stone la colocó en el primer número de las 500 mejores canciones de todos los tiempos. En nuestro país, la revista Rockdelux ubica al álbum citado en el número 31 de los mejores 200 elepés de la historia del rock. A mi modo de ver, un puesto mucho más modesto de lo que se merece este magnífico disco.

Pero ha llovido mucho desde entonces, tanto que podemos decir que se ha configurado una verdadera historia de la música popular en todas sus vertientes. Y puesto que Dylan nació en 1941, sin lugar a dudas es uno de sus grandes referentes, sin el cual no es posible entenderla. En todo este largo tiempo hay que reconocer que nos ha dejado verdaderas maravillas, aunque, ciertamente, poco a poco se fue apagando y diluyendo esa rebeldía con la que despuntaba en sus años de juventud.



Como él mismo diría, qué duda cabe que “los tiempos están cambiando”; sí, pero lamentablemente lo hacen en sentido contrario al significado inicial de aquella canción que publicaría en la década de los sesenta. Hoy, el mítico tema Like a Rolling Stone le sirve a ING Direct, el conocido banco holandés naranja, para anunciarse con un spot publicitario en el que aparece el Dylan de los años 60 en una corta filmación y que se ha retomado para hacer una campaña de promoción comercial de esta entidad bancaria.

Tras verlo varias veces, una pregunta me ronda la cabeza: ¿Qué necesidad tenía Dylan para entregar esa breve grabación en la que juega con las palabras escritas que encuentra en unos pequeños anuncios en la pared? Y más aún, ¿por qué ha dado permiso para que Like a Rolling Stone suene al final del vídeo? ¿Acaso su economía no es lo suficiente sólida como para tener que acudir a una potente banca con el fin de que utilice su imagen y su música?

No es que yo vaya de purista, pero tenemos que ser conscientes que hay un tipo de publicidad que usa todos los recursos a su alcance y sin ningún pudor para “lavar” el cerebro de los incautos receptores de esos elaboradísimos mensajes, que, por cierto, penetran en sus mentes sin ninguna resistencia.

La ambigüedad del lema “A todos aquellos que se replantean las cosas” es una especie de juego en el que cabe pensar que, por un lado, se refiere a la gente que tiene sus propias opiniones sociales y, por otro, a la que piensa detenidamente dónde deben invertir sus ahorros. Lógicamente, ING Direct se refiere a los segundos; los primeros, esos que se cuestionan el orden social imperante, para nada le interesa al banco naranja.

Por otro lado, ¿quiénes forman esa “gente que progresa” (o “People in progress”, como se titula el spot publicitario) a los que se dirige ING Direct? ¿Son acaso los jóvenes veinteañeros, como el Dylan del vídeo, los que acudirán como moscas a esa banca a dejar sus saneadas cuentas corrientes?

Hoy, la poca gente que progresa (económicamente, se entiende) está en aquel sector social que mayoritariamente ha superado unas cuantas décadas de edad y no se encuentra entre los jóvenes precarios que viven como pueden. Son, más o menos, antiguos “progres” (término peyorativo de “progresista”), es decir, los que lo eran porque a su edad les correspondía serlo, pero que con el paso de los años se fueron desencantando de un mundo que comprobaron era difícil cambiarlo.

Hoy, esos “progres”, o esa "gente que progresa” según ING Direct, no deben inquietarse: ahí tienen a un joven Bob Dylan, rebelde en su juventud y acomodado en la actualidad, en el que nostálgicamente pueden mirarse, mientras meditan si depositar sus ahorros en el banco holandés.

Y es que, lamentablemente, en la actualidad a Dylan no le ofrece ningún problema ser portavoz de aquellos que tiempo atrás eran el blanco de sus ácidas críticas, ya que, sin dejar de ser un gran músico, se encuentra muy lejos de saber, o de no querer saber, que “los señores de la guerra” y “los amos del dinero” dominan despiadadamente a lo ancho y largo del planeta, tal como ahora se contempla con total nitidez.

A modo de cierre: Agradezco al joven lector que me envió el enlace de este vídeo. Creo que en este escrito he expresado que todos, tarde o temprano, nos enfrentamos a un reto: el paso del tiempo y la edad son los grandes enemigos del pensamiento crítico y de las rebeldías juveniles. Algunos sucumben a ellos, pero, por suerte, hay otros que no olvidan los ideales que marcaron sus años de juventud. Son los que no claudican ante los cantos de sirenas de una sociedad basada en grandes desigualdades y que utiliza todos los recursos parar que la gente acabe comulgando con ruedas de molino.

AURELIANO SÁINZ
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