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María Jesús Sánchez | Duda

Si miro atrás pienso que todo fue como tuvo que ser. Por lo menos, en lo que a mí respecta. ¿Que me merecía otros padres? Seguro. Pero he ido viviendo lo que se me ha dado. No obstante, cuando intento cerrar el álbum de recuerdos, hay una página que se dobla e insiste en estar presente. En ella puedo ver la fotografía de un chico castaño, con ojos a juego, un cuerpo menudo y una mirada tímida pero decidida.



Cuatro fueron los días en que nuestros ojos se buscaron en aquella playa llena de cuerpos esbeltos. Nos mirábamos como adolescentes. Fue la fuerza con la que me observaba la que me hechizó. Me atravesó ese rayo del que habla Cortázar. Miradas discretas, miradas de "el mundo es enorme, pero a mí me gustas tú". Estrategias mentales ajedrecísticas para encontrar caminos que nos acercaran. Miradas de despedida y hasta mañana.

Cuando llegaba la hora de ir a la playa, la alegría me invadía. Aquel chiringuito era mi parque de juegos favorito. Movimiento de barrido con la cabeza para encontrar al rey, para saber dónde estaba en el tablero esa tarde. Localizado. Mundo que se para.

¿Por qué el cuarto día? ¿Quién conoce todos los secretos de las estrellas y de los planetas? La alineación era la adecuada, mi tiempo de vacaciones tocaba a su fin, me moría por escuchar su voz... Lo miré y me fui a la barra, él captó el mensaje oculto y me siguió. Se supo al lado, yo podía notar su presencia y sus ganas de hablarme, pero su cultura se lo impedía. Al pedir, noté un acento extranjero en su físico netamente español.

Mi cerebro no reflexionó. "¿No eres español?". "No, soy suizo", me contestó con voz bonita y mirada tierna. ¿Cómo siguen estas cosas? Cuando todo fluye no hay respuesta, la magia cósmica funciona. Pasamos la tarde hablando y, cuando nos dimos cuenta, el sol ya se iba dormir y mis amigas me esperaban con los bolsos prestos.

Imposible irse. El imán era muy poderoso. Ellas se fueron y yo pretendí mirar al sol. Pero me fue imposible. Cuando el frío del anochecer se nos echó encima, me acompañó al hotel y nos despedimos hasta la noche. Me encantaba. Sus formas suaves, su aspecto de hombre español con acento de otra parte. No sabría describirlo: era una atracción sin explicación.

Yo sabía que él me buscaría. Eso se sabe. Nos encontramos para contarnos secretos y abrazarnos bajo la atenta mirada de las estrellas. El levante soplaba, pero yo me sentía segura. Su vida era errante. El miedo a abrirme más hizo presencia y catalogué aquella situación como pasajera. Y lo fue: no abrí ninguna puerta al podríamos...

Siempre que transito por el desierto anodino de la falta de emoción, regresa a mí su cara, su sonrisa, sus besos y, sobre todo, la forma que tenía de acariciarme. Nadie lo ha hecho igual después. Bendita sensación. Gracias universo por traerlo. Solo deseo que sea feliz.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
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