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Aureliano Sáinz | Extasiadas y aturdidas

A lo largo de la historia a la mujer se le ha cargado el sambenito de ser la responsable de todos, o casi todos, los males que le acontecen al hombre (y, por derivación, a la propia sociedad). Y este estigma es bastante difícil de modificar, pues ciertos sectores la ubican en el antagonismo de o ser madre y santa esposa o de ser viciosa y pecadora; en este segundo caso con todos los términos peyorativos que podemos imaginar referidos a la sexualidad femenina.



Estos estereotipos femeninos no desaparecen por las buenas, sino que se actualizan y se adaptan a la actual sociedad de consumo en la que estamos insertos, de modo que los anuncios nos los muestran renovados dentro de los mensajes publicitarios de los múltiples productos anunciados.

Uno de esos estereotipos es aquel que une simbólicamente a la mujer con la serpiente, animal que representa los peores vicios que podamos imaginar: astucia, traición, envidia, malicia, perversidad, desconfianza… y lujuria.

La más reciente publicidad vuelve a unir la imagen de la serpiente con la de la mujer; en esta ocasión para insinuarnos que las chicas jóvenes se sienten fuertemente atraídas por este viscoso, alargado y escurridizo animal, que penetra por cualquier rincón que encuentra.

Es la actualización del mito de la atracción femenina hacia este inquietante reptil, ya que desde tiempos lejanos se nos dice que ellas sienten un especial y extraño impulso por todas las serpientes, especialmente por las silbantes e, incluso, por las que hablan. Sí, sí, las que hablan, porque este reptil peligroso y sibilino puede servirse de los más perversos menesteres cuando se encuentra frente a una mujer que, a buen seguro, acabará siendo presa fácil para sus más oscuros y retorcidos fines.

Recordemos que, tal como nos narran las religiones monoteístas, nuestros ancestros hay que buscarlos en la pareja formada por Adán y Eva (no en el homo sapiens). Y, como todos sabemos, vivían en feliz y atolondrada inocencia en un Paraíso en el que no conocían ningún tipo de mal: no tenían que trabajar, no había enfermedades, eran eternos jóvenes que consumían a placer y correteaban por los campos sin que ningún animal los atacara, ni siquiera conocían la contaminación y el cambio climático, ya que todo era limpio y transparente.

Vamos, un auténtico chollo, una auténtica ganga que cualquiera ahora la suscribiría. Pero los pobrecitos eran tan inocentes que no sabían nada del sexo, del pecaminoso sexo. No obstante, la voluntad divina, creadora de ambos, les había puesto como única prueba que no comieran frutos del árbol del conocimiento, ya que perderían esa inocencia y serían duramente castigados.

Pero un día, Eva, nacida de la costilla de Adán, tan voluble como caprichosa, fue seducida por el Maligno que en forma de serpiente se le acercó y la sedujo convenciéndola de que comiera una atractiva manzana que el árbol les ofrecía.

Pues bien, la antojadiza Eva, no contenta con la transgresión que había realizado, invita al incauto Adán a quebrantar el mandato divino presentándole otra hermosa manzana para que simplemente le diera un mordisco. Y el muy idiota también picó en el anzuelo… Bueno, lo que ocurrió después ya lo sabemos todo: los dos fuera del Paraíso y a pasarlas canutas. Eso sí, ya sabrían lo que era el sexo y entenderían lo que en realidad eran las voluptuosas serpientes.

Se acabó, pues, ser el ropaje que adoptó el Maligno para embaucar a la tonta de Eva; ahora, fuera del Paraíso, la serpiente aparece con toda su esencia: un ser lascivo y libidinoso, el mismo que naciendo en la entrepierna masculina se transmuta en claro símbolo sexual por antonomasia, es decir, en el símbolo fálico con el que todos los hombres sueñan, imaginándolo grande, potente y explosivo, y por el que, supuestamente, se desviven las todas mujeres.

Adiós al Paraíso, adiós a la buena vida. Las mujeres ahora no solo paren con dolor, sino que deben arrastrar la culpa de ser las causantes de dejarse seducir por el vil reptil, al tiempo que tendrán que aguantar al marido, al jefe, al novio, al que sea, porque todos ellos portan una serpiente que, parece ser, las deja extasiadas y aturdidas.

Y por si alguien tiene duda de lo expuesto, podemos acudir a los anuncios publicitarios para constatar que en ellos permanece la primigenia historia de la pecadora Eva y de su perpetua unión con la serpiente, ese reptil que, supuestamente, a toda mujer le resulta tan poderosamente excitante que no puede resistirse a sus seductores encantos. Para ello, veamos algunos ejemplos.

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Como bien sabemos, también la mujer y el perfume forman una unidad indisoluble. De ahí que la marca DKNY nos muestre a una actualizada y atractiva Eva a punto de morder una sabrosa manzana, con el fin de satisfacer sus más recónditos y lujuriosos deseos. ¿Y qué sucede después?

El anuncio de Roberto Cavalli nos lo explica: ahora, sin prejuicios, yace sobre las cálidas arenas del desierto ardiendo de deseo sexual, por lo que deja que la serpiente se deslice sinuosamente a través de su cuerpo, al tiempo que una sospechosa sombra penetra entre sus piernas.

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¿Y de dónde surge esa tentadora serpiente que tanto atrae a la mujer? La respuesta ya la sabemos: nace y permanece oculta en la entrepierna masculina. Allí se esconde como sacro refugio aguardando a que la ‘insaciable’ libido masculina la estimule en cualquier momento. Una vez despierta, se alargará, se ensanchará, amenazará y su dueño se la mostrará a sí mismo, orgulloso de su atractivo y poder de seducción, a los que no podrá resistirse ninguna mujer.

¿Hay dudas sobre esto? Por si alguien no estuviera convencido, veamos un par de anuncios que nos lo explican muy bien: el de ron Cacique y el de Uno de 50. En ambos, aparecen sendos jóvenes con el torso desnudo, portando orgullosos en sus manos una larga, gruesa y enorme serpiente, como símbolo de la supuesta gran potencia sexual que portan. A fin de cuenta es la expresión del sueño dorado de todo hombre que se precie: tener un enorme pene, tan grande y tan poderoso que enloquezca y domine a todas las mujeres, de modo que nada más verlo acaben rendidas a sus pies.

Tal como he apuntado, la serpiente se actualiza, muta y se renueva, de forma que no solo sea el hombre quien orgulloso la muestre en las campañas publicitarias, sino que ahora es necesario que también aparezcan chicas que la contemplen y en sus rostros se reflejen las apasionadas miradas femeninas del nuevo milenio.

Así pues, y sabiendo que las jóvenes de hoy arden en deseos de encontrarse con nuevas serpientes, la marca Paco Rabanne ha presentado su nuevo perfume Pure XS con el siguiente lema: “El deseo carnal más incandescente y apasionado se esconde tras el exceso que caracteriza a este perfume. Para un hombre incandescente que proyecta deseo, un hombre inalcanzable, atractivo y perfecto, que porta una fragancia entre el fuego, la calidez de su aroma y el erotismo que transmite…”.

Pasemos, pues, a ver cómo ese hombre apasionado, incandescente, inalcanzable y perfecto se pasea deslizándose sinuosamente por las estancias, con gesto tan arrogante como el de un narciso enamorado de sí mismo, ante las miradas femeninas que nerviosas lo contemplan tras un espejo.



Ya hemos visto al joven modelo Francisco Henriques moviéndose por sus aposentos, ocultamente observado por un grupo de admiradoras que, devotamente asombradas, examinan cómo se recrea, mientras lentamente se despoja de la ropa para tomarse un baño en un entorno tradicional. Y, como no podía ser de otro modo, cuando se perfuma, bajando lentamente hasta el lugar en el que se encuentra ‘su serpiente’, todas caen extasiadas y aturdidas ante el insólito panorama que se presenta ante sus ojos.

Tanto fervor, tanto poder de seducción, tanto hombre incandescente, inalcanzable y perfecto, nos plantea alguna que otra duda que habría que resolver: ¿No será que la historia de la irresistible y poderosa serpiente sea uno de los muchos mitos inventados por los hombres para hacer creer, y creerse, que todas las mujeres están pensando en que ahí precisamente residen todos los encantos masculinos y por los cuales ellas locamente se desviven?

AURELIANO SÁINZ
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