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Aureliano Sáinz | Felicidad digital

Creo que la epidemia en la que nos encontramos ha venido no solo a crearnos numerosos problemas en nuestras vidas cotidianas sino a alterar algunas costumbres que se habían formado en estos tiempos digitales en los que nos encontramos. Y es que desde hace un par de décadas las vidas que llevamos adelante no solo se mueven en realidades tangibles –familia, trabajo, amigos, ocio, etcétera– sino que nuestros tiempos en el campo virtual se han multiplicado exponencialmente.



Esto, en principio, forma parte de la revolución de las tecnologías que en poco tiempo se han incrustado en nuestros hábitos. En gran medida han venido a solucionar numerosos problemas, dado que en el campo laboral o educativo ha sido un factor de gran valor, por citar dos de ellos. Así, por ejemplo, si no se hubieran podido llevar adelante el trabajo o la enseñanza on-line (con todas sus dificultades) durante el confinamiento hubiera sido un auténtico problema el cierre de los centros educativos durante esos meses.

Pero este mundo digital también tienes sus sombras. Y quisiera citar la dependencia que se ha creado, especialmente en adolescentes y jóvenes, no solo de los móviles sino también de la imagen que ellos quieren mostrar a través de las redes sociales en las que invierten muchas horas del día.

Y si abordo esta cuestión es por el contacto que tengo con ellos y sus padres a través de trabajos de investigación en los que compruebo que sus situaciones personales y familiares en nada se parecen a las que presentan en esos medios, especialmente cuando se trata de mostrarse ante los demás, sea por fotografías o por vídeos.

También la lectura de un interesante libro, Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas, de Edgar Cabanas y Eva Illouz, me ha hecho reflexionar sobre estos mundos paralelos en los que se encuentran los chicos y chicas adolescentes. Así, el mundo real en el que viven, con toda su carga problemática, y el mundo que desean proyectar de sí mismos a través de las imágenes raramente coinciden; lo habitual es que se muestren alegres y cargados de felicidad en el segundo, aunque se encuentren solos y deprimidos.

Nos encontramos, pues, ante un libro de análisis crítico de aquellas estrategias provenientes de Estados Unidos para que la gente, supuestamente, se sienta feliz al margen de los verdaderos problemas personales o sociales; aunque perfectamente se pueden aplicar a las situaciones en las que viven los adolescentes de los países desarrollados.



Uno de los aspectos abordados por la investigadora Donna Freitas, citada en el libro, es cómo se expresa el concepto de la felicidad personal en las redes sociales y también cómo los adolescentes y los jóvenes han interiorizado la idea de que deben mostrarse felices a toda costa en las redes que utilizan.

Para que entendamos lo indicado, quisiera extraer un par de párrafos de esta autora, ya que me parecen muy clarificadores:

Los institutos y las universidades en las que he realizado mis investigaciones eran increíblemente diversos desde el punto de vista geográfico, étnico y socioeconómico. La religión podía estar muy presente o totalmente ausente. Algunos eran centros muy prestigiosos, otros nada. Sin embargo, todos los estudiantes tenían una única preocupación recurrente y masivamente propagada a través de las redes sociales: parecer felices. Y no simplemente felices, sino felicísimos”.

Por otro lado, nos indica que esto no es solo característico de los que pertenecen a familias acomodadas que tienen resueltos los problemas vitales más importantes, sino que afecta a todas las categorías sociales. Más adelante continúa:

Los estudiantes han aprendido que las manifestaciones de tristeza o de vulnerabilidad a menudo son recibidas con silencio, rechazadas o –lo que es peor– son objeto de burlas y de acoso. La importancia de parecer feliz en las redes sociales, incluso cuando estás muy deprimido y te sientes solo, es tan primordial que la casi totalidad de los chicos y chicas jóvenes con los que hablé sacaban el tema en un momento u otro de la conversación. Y muchas de ellas prácticamente no hablaban de otra cosa”.

La obligación de ser feliz parece que entre los nativos digitales ha encontrado en las redes sociales el medio perfecto de propagación. Utilizo la expresión de ‘nativo digital’ para referirme a aquellos que pertenecen a una generación que ha nacido cuando los medios digitales ya se encontraban afianzados, por lo que desde muy pequeños están en contacto con estas tecnologías.

Se ha llegado a la situación de que fomentar una imagen lo más positiva de sí mismo al tiempo que supuestamente ‘auténtica’ ha arraigado con tanta fuerza en las generaciones más jóvenes que el hecho de no ajustarse a esta demanda se ha convertido en motivo de exclusión social.

Es ilustrativo lo que nos narra Donna Freitas cuando nos dice que en las encuestas que llevó adelante muestra esa obsesión que alcanza tales extremos que en muchos casos llega a ser enfermiza. Así, la mayoría de los encuestados respondía afirmativamente al enunciado: “Procuro parecer siempre feliz y positivo en todo aquello que se pueda asociar conmigo”, al tiempo que otros expresaban: “Soy consciente de que mi nombre es una marca que debo cuidar”.

Esta segunda frase está muy relacionada con el fenómeno youtuber, tan significativo entre los más jóvenes (aunque habría que añadir a otros no tan jóvenes).

Desconozco si la pandemia en la que nos encontramos ha afectado significativamente a los también llamados influencers, dado que los youtubers se habían convertido en el ejemplo vivo de cómo convertirse en una ‘marca personal’ con el fin de llegar y vender su imagen a millones de seguidores.

Esto será tema para indagar, porque vender felicidad digital en los tiempos del coronavirus se ha convertido en una tarea verdaderamente complicada, dado que obtener beneficios publicitarios exhibiendo y mercantilizando la propia figura resulta difícil de imaginar, cuando gran parte de la población se encuentra con auténticas dificultades para sobrevivir en trabajos precarios o en el paro.

AURELIANO SÁINZ
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