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La superficie de viñedo en Montilla-Moriles marca un nuevo mínimo histórico con apenas 4.770 hectáreas

La paulatina pérdida de la superficie de viñedo continúa siendo una de las principales preocupaciones para el sector del vino en Andalucía. Y, en el caso de la Denominación de Origen Protegida (DOP) Montilla-Moriles, se traduce en una reducción que supera ya el 75 por ciento en las últimas cuatro décadas. No en vano, de las 19.456 hectáreas con las que contaba el marco vitivinícola cordobés en la campaña 1978/1979, se ha pasado a las 4.769,75 que el Consejo Regulador declara en este 2020.



Los datos no dejan lugar a dudas: la evolución de la superficie de viñedo en la Campiña Sur cordobesa ha sido descendente desde los años setenta, aunque este proceso se aceleró a partir de la campaña 1988/1989, cuando las vides ocupaban 16.736 hectáreas entre la casi veintena de municipios que forman parte de la DOP.

Con todo, el año 2020 ha vuelto a marcar un nuevo mínimo histórico en la comarca vitivinícola cordobesa, con 4.769,75 hectáreas de vid, de las que 1.602,34 se sitúan en Zona de Calidad Superior –con medio millar de viticultores inscritos– y 3.167,40 se ubican en Zona de Producción –donde hay registrados 1.358 propietarios–.

Las localidades que conforman la Zona de Producción son Montilla, Moriles, Doña Mencía, Montalbán, Monturque, Nueva Carteya y Puente Genil, así como parte de los términos municipales de Aguilar de la Frontera, Baena, Cabra, Castro del Río, Espejo, Fernán-Núñez, La Rambla, Lucena, Montemayor y Santaella. La Zona de Crianza se completa, además, con el núcleo urbano de Córdoba capital.

La mayor parte de los viñedos del marco Montilla-Moriles se concentran en el término municipal de Montilla, donde se contabilizan hasta 1.844,08 hectáreas de vid, lo que representa el 38,6 por ciento de la superficie total de la DOP. Le siguen Aguilar de la Frontera, con 772,68 hectáreas; Moriles, con 395,93; Montemayor, con 350,23 hectáreas; y Cabra, con 331,57. Por su parte, la presencia de viñedo es testimonial en localidades como Fernán Núñez, con 3,85 hectáreas; Espejo, con 2,14; y Doña Mencía, con 0,49 hectáreas de vid.

La falta de rentabilidad del cultivo a causa de la continua devaluación del precio de la uva, unida al descenso del consumo del vino, han causado la desmoralización de un sector que, como en otros puntos de España, ha apostado por el arranque de cepas o por el cambio de cultivo, en este caso a favor del olivar, prácticas animadas por las ayudas de la Unión Europea.

Sin embargo, un estudio publicado en 2018 por el portal Misumiller.es vinculaba directamente la evolución del mapa del viñedo en España en los últimos cuarenta años –que ha experimentado una “clara tendencia a desplazarse hacia el norte”–, con factores climatológicos, ya que, a juicio de los autores de este estudio, “el clima juega el papel más determinante y difícil de controlar en la elaboración de un vino”.

“Las estaciones de primavera y verano en España cada vez son más secas y calurosas y, en consecuencia, el viñedo, que está tan íntimamente vinculado al ritmo de las estaciones y la evolución de las temperaturas, está actuando a su vez como uno de los mejores bioindicadores del cambio climático en la agricultura”, sostenían los autores de la investigación.



Matías Vela, director técnico de Misumiller.es, explicaba la influencia del cambio climático en el cultivo de la vid, recordando que en 2017, la vendimia se inició en el Condado de Huelva varios días antes que en la zona Montilla-Moriles que, tradicionalmente, “siempre ha sido un indicador por ser la primera Denominación de Origen en empezar”.

En ese sentido, Vela subraya que mientras en el año 2000 la recolección de la uva en Huelva comenzaba en torno al 3 de agosto, en menos de dos décadas se ha llegado a adelantar veinte días. “Esto significaría que, en las condiciones actuales, para mantener los ritmos de producción de algunas denominaciones de Origen, sería preciso adelantar la cosecha y empezar a vendimiar con las uvas prácticamente verdes”, resaltaba el especialista.

El director técnico de Misumiller.es alertaba entonces de las “nefastas” consecuencias que conllevaría esta práctica, ya que, a su juicio, “afectaría de manera directa a las características del vino que, además de resultar falto de olor, tendría un sabor muy áspero, pues si las semillas están demasiado verdes en el momento de la recolección, se libera un tanino amargo y astringente que arruina la calidad del vino”.

Matías Vela reparaba hace ya dos años en que “un cambio, a priori imperceptible, como el aumento de un grado centígrado desde 1980 en el Penedés ha provocado que, a día de hoy, la vendimia haya sufrido un adelanto de diez días”, una situación que tiene un “efecto irremediable” en los vinos de esta región, especialmente en su graduación alcohólica y en su sabor.

“La subida de alcohol se explica porque un clima más cálido conduce a una rápida maduración de las uvas y, por lo tanto, requiere una vendimia más temprana. Además, bajo el efecto del sol, los ácidos contenidos en las uvas son reemplazados gradualmente por el azúcar, que durante la vinificación produce el alcohol”, detallaba el director técnico de Misumiller.es, quien concluía que “un clima más cálido aumenta el azúcar de la uva y, en consecuencia, genera un vino más alcohólico”.

J.P. BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍAS: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
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