Penetrar en el mundo del arte, especialmente en el campo de las artes pictóricas, es realizar un recorrido por los ámbitos del poder social a lo largo de la historia. Esto podemos entenderlo si consideramos que las clases sociales que carecían o carecen del poder que generan el rango social y el dinero apenas aparecen representadas en los lienzos que se cuelgan en los museos.
Tendríamos que acercarnos hacia mediados del siglo XIX, cuando los artistas se independizan de los mecenas que los sostenían económicamente, para que las escenas de los cuadros que ensalzaban a los monarcas, a la aristocracia y al alto clero no tengan ya un claro contenido religioso, ni tampoco mitológico, ni en ellas se plasmen las grandes batallas y tampoco sean de los retratos de los personajes poderosos que dominan en los distintos países. La independencia del artista conlleva a que, en cierto modo, adquiera libertad para elegir aquellos temas que le interesa plasmar en sus lienzos.
El diecinueve es el siglo que conoce la llegada de la revolución industrial y en la que emerge una nueva clase de trabajadores a los que teóricos como Proudhon, Marx o Engels denominan "proletariado". En la actualidad este término ha caído en desuso (ya que proletariado hacía alusión a la prole, es decir, a los numerosos hijos que tenían), por lo que se les suele llamar "obreros" o, de modo más genérico, trabajadores que viven del salario que ganan con el esfuerzo físico y manual. Es decir, aquellos que conocen los bajos salarios o el paro como dos de las lacras endémicas del capitalismo avanzado.
¿Y por qué los trabajadores a lo largo de la historia no han sido los protagonistas de escenas pictóricas que pudieran explicar visualmente su mundo y sus necesidades? La respuesta es bien sencilla: carecen del dinero para adquirir los cuadros que los pintores de cierto renombre pintan. Por otro lado, ellos tampoco interesan a los artistas que desean codearse con las galerías, los museos y esa burguesía culta, o con deseos de ostentación, cuyos gustos no caminan precisamente por contemplar plasmadas en lienzos las miserias de los que viven en los estratos más bajos de la sociedad.
Sin embargo, hay excepciones, como en casi todas las facetas de la vida, por lo que en esta ocasión quisiera traer a colación el nombre de dos grandes pintores que plasmaron el mundo del trabajo y de sus protagonistas. Son el italiano Giuseppe Pellizza da Volpedo y el argentino Antonio Berni.
Giuseppe Pellizza (1868-1907) nos legó obras de diversa temática, aunque su cuadro más conocido es El cuarto estado, que se encuentra colgado en el Museo Novecento de Milán. Y es conocido porque su imagen aparece en el cartel y en la película Novecento del también director italiano Bernardo Bertolucci.
La escena de este enorme lienzo (que he tomado como ilustración del artículo) fue pintada en 1901, seis años antes de que su autor decidiera quitarse la vida con solo 36 años. En ella contemplamos, en un plano general, a un abigarrado grupo de obreros en huelga que camina detrás de los dos que lideran la marcha, al tiempo que una mujer, que lleva a su bebé desnudo en sus brazos, le habla al que aparece como el más adelantado.
Si nos trasladamos al continente americano, podemos encontrarnos con uno de los grandes artistas de Argentina: Antonio Berni (1905-1981). Cito a este pintor dado que en su diversidad de trabajos plasmó imágenes del mundo de los trabajadores de su país.
A diferencia de Giuseppe Pellizza, Antonio Berni tuvo una vida más prolongada, por lo que, además de pintor y grabador, también fue conocido como muralista, siguiendo la estela de los grandes muralistas mejicanos: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o José Clemente Orozco.
La influencia de estos grandes creadores se puede ver en el modo de representar a las figuras que aparecen en el cuadro anterior y que lleva por título Desocupados, término que en la actualidad no utilizamos, puesto que la palabra más común es la de ‘parados’, ya que el paro, como he indicado, es una lacra que penetra en la vida de muchas personas, con especial incidencia en las clases populares.
Otro cuadro muy conocido de Berni es el que lleva por título Manifestación. En esta obra, a diferencia de El cuarto estado de Giuseppe Pellizza, se nos muestra a los protagonistas de la escena muy cercanos al virtual espectador y en un ángulo picado. De este modo, es posible contemplar los rostros serios y curtidos por los años de duro trabajo. Rostros anónimos, de gente del pueblo, cuyo horizonte nunca deja de ser la vida dura en la que se mueven. De ahí que en un pequeño cartel que asoma al fondo aparezcan solo dos palabras: “Pan y trabajo”, elementos básicos de la vida de cualquier ser humano para poder sobrevivir.
Argentina, ese enorme país suramericano que mira al Atlántico, ha sido un territorio que acogió oleadas de emigrantes europeos que procedentes de países como España, Italia, Alemania... encontraron en sus tierras las oportunidades que no tuvieron en sus lugares de origen. De ahí ese mosaico de apellidos que encontramos entre los argentinos.
Pero también la emigración es conocida por su gente. Es por ello que no podía faltar entre las obras del pintor nacido en la ciudad de Rosario un lienzo que reflejara la tristeza y la angustia del abandono de las propias raíces; pero esos duros sentimientos aparecen ocultos bajo las gorras y los sombreros, como si también la vergüenza asomara en aquellos que esperan la llegada del barco que a lo lejos se atisba en el horizonte.
La prolija obra de Antonio Berni, aparte de los muralistas mejicanos que he mencionado, estuvo influenciada por distintos artistas europeos, caso del surrealista italiano Giorgio de Chirico, ya que los personajes creados por Berni se asemejan a obras escultóricas plasmadas cromáticamente en los lienzos.
Algunos de los cuadros de Berni que cuelgan en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires llevan significativos títulos como Los hacheros, La marcha de los cosecheros, La comida, Escuelita rural, Migración, El mendigo, Hombre junto a un matrero o El almuerzo.
Esto nos hace ver que el pintor argentino no quería distanciarse de la vida y de los problemas que acuciaban a las gentes del pueblo. Es por lo que, desde esta perspectiva, adquiere todo su sentido la frase que expresó antes de fallecer el 13 de octubre de 1981: “El arte es una respuesta a la vida. Ser artista es emprender una manera riesgosa de vivir, es adoptar una de las mayores formas de libertad, es no hacer concesiones”. Y el artista rosarino, de modo coherente, llevó siempre adelante esos principios hasta el final de su vida
Tendríamos que acercarnos hacia mediados del siglo XIX, cuando los artistas se independizan de los mecenas que los sostenían económicamente, para que las escenas de los cuadros que ensalzaban a los monarcas, a la aristocracia y al alto clero no tengan ya un claro contenido religioso, ni tampoco mitológico, ni en ellas se plasmen las grandes batallas y tampoco sean de los retratos de los personajes poderosos que dominan en los distintos países. La independencia del artista conlleva a que, en cierto modo, adquiera libertad para elegir aquellos temas que le interesa plasmar en sus lienzos.
El diecinueve es el siglo que conoce la llegada de la revolución industrial y en la que emerge una nueva clase de trabajadores a los que teóricos como Proudhon, Marx o Engels denominan "proletariado". En la actualidad este término ha caído en desuso (ya que proletariado hacía alusión a la prole, es decir, a los numerosos hijos que tenían), por lo que se les suele llamar "obreros" o, de modo más genérico, trabajadores que viven del salario que ganan con el esfuerzo físico y manual. Es decir, aquellos que conocen los bajos salarios o el paro como dos de las lacras endémicas del capitalismo avanzado.
¿Y por qué los trabajadores a lo largo de la historia no han sido los protagonistas de escenas pictóricas que pudieran explicar visualmente su mundo y sus necesidades? La respuesta es bien sencilla: carecen del dinero para adquirir los cuadros que los pintores de cierto renombre pintan. Por otro lado, ellos tampoco interesan a los artistas que desean codearse con las galerías, los museos y esa burguesía culta, o con deseos de ostentación, cuyos gustos no caminan precisamente por contemplar plasmadas en lienzos las miserias de los que viven en los estratos más bajos de la sociedad.
Sin embargo, hay excepciones, como en casi todas las facetas de la vida, por lo que en esta ocasión quisiera traer a colación el nombre de dos grandes pintores que plasmaron el mundo del trabajo y de sus protagonistas. Son el italiano Giuseppe Pellizza da Volpedo y el argentino Antonio Berni.
Giuseppe Pellizza (1868-1907) nos legó obras de diversa temática, aunque su cuadro más conocido es El cuarto estado, que se encuentra colgado en el Museo Novecento de Milán. Y es conocido porque su imagen aparece en el cartel y en la película Novecento del también director italiano Bernardo Bertolucci.
La escena de este enorme lienzo (que he tomado como ilustración del artículo) fue pintada en 1901, seis años antes de que su autor decidiera quitarse la vida con solo 36 años. En ella contemplamos, en un plano general, a un abigarrado grupo de obreros en huelga que camina detrás de los dos que lideran la marcha, al tiempo que una mujer, que lleva a su bebé desnudo en sus brazos, le habla al que aparece como el más adelantado.
Si nos trasladamos al continente americano, podemos encontrarnos con uno de los grandes artistas de Argentina: Antonio Berni (1905-1981). Cito a este pintor dado que en su diversidad de trabajos plasmó imágenes del mundo de los trabajadores de su país.
A diferencia de Giuseppe Pellizza, Antonio Berni tuvo una vida más prolongada, por lo que, además de pintor y grabador, también fue conocido como muralista, siguiendo la estela de los grandes muralistas mejicanos: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o José Clemente Orozco.
La influencia de estos grandes creadores se puede ver en el modo de representar a las figuras que aparecen en el cuadro anterior y que lleva por título Desocupados, término que en la actualidad no utilizamos, puesto que la palabra más común es la de ‘parados’, ya que el paro, como he indicado, es una lacra que penetra en la vida de muchas personas, con especial incidencia en las clases populares.
Otro cuadro muy conocido de Berni es el que lleva por título Manifestación. En esta obra, a diferencia de El cuarto estado de Giuseppe Pellizza, se nos muestra a los protagonistas de la escena muy cercanos al virtual espectador y en un ángulo picado. De este modo, es posible contemplar los rostros serios y curtidos por los años de duro trabajo. Rostros anónimos, de gente del pueblo, cuyo horizonte nunca deja de ser la vida dura en la que se mueven. De ahí que en un pequeño cartel que asoma al fondo aparezcan solo dos palabras: “Pan y trabajo”, elementos básicos de la vida de cualquier ser humano para poder sobrevivir.
Argentina, ese enorme país suramericano que mira al Atlántico, ha sido un territorio que acogió oleadas de emigrantes europeos que procedentes de países como España, Italia, Alemania... encontraron en sus tierras las oportunidades que no tuvieron en sus lugares de origen. De ahí ese mosaico de apellidos que encontramos entre los argentinos.
Pero también la emigración es conocida por su gente. Es por ello que no podía faltar entre las obras del pintor nacido en la ciudad de Rosario un lienzo que reflejara la tristeza y la angustia del abandono de las propias raíces; pero esos duros sentimientos aparecen ocultos bajo las gorras y los sombreros, como si también la vergüenza asomara en aquellos que esperan la llegada del barco que a lo lejos se atisba en el horizonte.
La prolija obra de Antonio Berni, aparte de los muralistas mejicanos que he mencionado, estuvo influenciada por distintos artistas europeos, caso del surrealista italiano Giorgio de Chirico, ya que los personajes creados por Berni se asemejan a obras escultóricas plasmadas cromáticamente en los lienzos.
Algunos de los cuadros de Berni que cuelgan en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires llevan significativos títulos como Los hacheros, La marcha de los cosecheros, La comida, Escuelita rural, Migración, El mendigo, Hombre junto a un matrero o El almuerzo.
Esto nos hace ver que el pintor argentino no quería distanciarse de la vida y de los problemas que acuciaban a las gentes del pueblo. Es por lo que, desde esta perspectiva, adquiere todo su sentido la frase que expresó antes de fallecer el 13 de octubre de 1981: “El arte es una respuesta a la vida. Ser artista es emprender una manera riesgosa de vivir, es adoptar una de las mayores formas de libertad, es no hacer concesiones”. Y el artista rosarino, de modo coherente, llevó siempre adelante esos principios hasta el final de su vida
AURELIANO SÁINZ