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Dany Ruz | Reflexión

Corren tiempos difíciles para reconocerse, para intentar buscar en uno mismo una verdad que, al menos, nos marque el camino que hemos de seguir. Y no es una cuestión moral ni algo propio de un esteta. Tan solo es intentar ser fieles a nosotros mismos, escuchar qué nos dice nuestro cuerpo de adentro hacia fuera.


Corren malos tiempos para la reflexión. Por ello, quiero compartir con vosotros este ejercicio: mirar hacia dentro y deciros qué veo. ¿Quién soy? Sé que voy cambiando como cambian las mareas, que aunque siempre suban y bajen, nunca es el mismo agua. Tengo la sensación de ser un continuo estático. Sin embargo, cambio.

Los objetivos que me marco hacen que viva en un constante pasado y futuro, sin darme cuenta de que mi cuerpo está ahora cambiando. En este preciso instante. Confundo infinidad de conceptos, incluso el de amor. Lo único que me pertenece es la palabra con el que lo defino. Solo la palabra. Y es paradójico porque ésta se convierte en dueña cuando aparece y se transforma en esclava cuando callo. Yo soy un esclavo de mis palabras.

Yo soy. No sé qué soy, pero soy consciente que soy. Me resisto a pensar que soy solo un amasijo de carne y huesos, pero ¿quién soy yo para creerme algo más que materia? Hay una parte de mí que percibo pero que no logro encontrar palabras para definirla. ¿La divinidad la creamos para dar explicación a todo aquello que no entendemos de nosotros mismos? ¿Para comprender aquello que yace en el más profundo fondo de nuestra mente?

Como no tenemos acceso a esa información pero la sentimos, creamos la divinidad y lo explicamos a través del cielo, como espejo de nuestro cerebro. Qué casualidad que conforme avanzamos en conocimiento del cielo, del universo, más conocemos de nuestro adentro.

Qué casualidad que sea en la misma década cuando el hombre pisó la luna y cuando se instauró la neurociencia como estudio interdisciplinar totalmente aprobado. Cuando miro al cielo y me preguntó qué hay allí, tan solo pregunto “quién soy”.

Soy cinco sentidos, y son el oído y la vista los más desarrollados, capaces de identificar la minucias de la realidad. La piel es el menos desarrollado de todos ¿Y si son los estímulos sensitivos del tacto que no entendemos los que catalogamos como divinos? Ya sé qué soy: soy un Dios creado por mí mismo.

DANY RUZ
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