Son muchos los debates generados tras las acertadas declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre el excesivo peso de la carne en la dieta, su calidad y las consecuencias que tienen para nuestra salud y la del planeta.
No entro a comentar sus argumentos, porque todos sabemos, sin necesidad de ningunos estudios científicos, que ha dicho verdades como puños. Y ese ha sido el problema. Los golpes directos, contundentes, han hecho mucho daño a una de las grandes industrias de nuestro país y, sobre todo, han puesto en duda el modelo económico por el que nos regimos, en el que prima, por encima de la salud individual y la salud global del planeta, el consumismo.
La crisis sanitaria ha sido el claro ejemplo de ello. Solo se veló por nuestra salud durante los primeros tres meses de incertidumbre, de miedo generalizado, de desconcierto total. Una vez analizadas las consecuencias económicas, hechos los cálculos de las posibles bajas y con la excusa de que la vacuna minimiza los riesgos, se nos empuja a que sigamos en la misma senda de autodestrucción en la que llevamos inmersos desde que se instauró el capitalismo.
Consume hasta morir, aunque destroces tu cuerpo, aunque la pérdida de biodiversidad y de los ecosistemas sea dramática, aunque las desigualdades sociales crezcan. Consume para que el dinero no se pare, para que el capital se siga multiplicando, para que podamos seguir enriqueciendo a unos pocos a costa de lo que sea.
Hazlo: serás más feliz, vivirás mejor y todos te respetarán. No mires a tu alrededor, acumula, no pienses, entierra tu conciencia, confía en nosotros, no pierdas el paso. Porque otro lo hará y te robará la felicidad, la posición, el ego. No seas: posee, consume.
A Garzón se le achaca que ahora que puede legislar no debería hablar como si estuviese en la oposición, como un activista. Que debe dedicar su tiempo a solucionar problemas y a hablar menos. Ojalá todos los políticos lo hiciesen; ojalá solo los viésemos hablando de lo logrado y no de promesas; ojalá pudiésemos confiar en sus palabras, en su ejemplo, en sus ideas. Pero, por desgracia, no es así.
Por mucha tergiversación y manipulación a las que haga referencia, Garzón sabe de lo que habla, porque por muchas lacras que tenga nuestro sistema educativo, es licenciado en Economía y tiene un Máster en Economía y Desarrollo Internacional.
También sabía que sus palabras serían comentadas por todos; incluso que sus compañeros de Gobierno lo dejarían con el culo al aire y que muchos afilarían los cuchillos con los que pedir su cabeza. Pero, sin embargo, ha dicho lo que siente, lo que piensa y lo que cree que es mejor para todos.
Porque también sabe que la única posibilidad de solucionar todos los problemas de nuestra sociedad, los individuales y los colectivos, pasan por repensar la economía, por cambiar de modelo económico, por inculcarnos un consumo responsable y sostenible. Y para conseguir eso hay que empezar a hablar de ello, hacer pensar al gran público y a sus compañeros de viaje.
Por desgracia, también sabe que tanto su figura, como el Ministerio de Consumo, no son valorados y que son fruto, una concesión, un premio, de los pactos que hizo, primero con Pablo Iglesias por unirse a Podemos y, luego, con el presidente Sánchez, para mantenerse en el Gobierno. Sabe de su debilidad, de la poca capacidad de acción que tiene para cambiar desde la base el modelo, y de que el bien común está por debajo del interés económico.
Ese Ministerio, para muchos de chichinabo, debería ser uno de los fundamentales, ya que nos puede proteger de los continuos robos de los bancos, de los abusos de las eléctricas y porque, cambiando la manera de consumir, siendo conscientes de que cada concesión que hacemos, cada cosa que compramos o no reparamos, o cambiamos por estar a la moda, tiene unas consecuencias impredecibles para el planeta. Tenemos un gran poder en nuestras manos, pero solo lo empleamos –así nos han adoctrinado– para nuestro beneficio personal. Somos la mariposa y, con nuestras alas, podríamos provocar el caos, el cambio.
Espero que Garzón no sucumba al desaliento, a la frustración, a la impotencia, a esta política rendida al capital y que no mira el bien común, ni un futuro más humano, más respetuoso con el entorno, más igualitario. Espero que se mantenga firme, defendiendo sus ideas de que otra economía es posible, de que los cambios son duros, pero necesarios. Espero que, como le ocurrió a Galileo tras su famoso “y sin embargo, se mueve” (lo dijese o no), el tiempo y la ciencia le den la razón y no lleguemos tarde para cambiar de rumbo.
No entro a comentar sus argumentos, porque todos sabemos, sin necesidad de ningunos estudios científicos, que ha dicho verdades como puños. Y ese ha sido el problema. Los golpes directos, contundentes, han hecho mucho daño a una de las grandes industrias de nuestro país y, sobre todo, han puesto en duda el modelo económico por el que nos regimos, en el que prima, por encima de la salud individual y la salud global del planeta, el consumismo.
La crisis sanitaria ha sido el claro ejemplo de ello. Solo se veló por nuestra salud durante los primeros tres meses de incertidumbre, de miedo generalizado, de desconcierto total. Una vez analizadas las consecuencias económicas, hechos los cálculos de las posibles bajas y con la excusa de que la vacuna minimiza los riesgos, se nos empuja a que sigamos en la misma senda de autodestrucción en la que llevamos inmersos desde que se instauró el capitalismo.
Consume hasta morir, aunque destroces tu cuerpo, aunque la pérdida de biodiversidad y de los ecosistemas sea dramática, aunque las desigualdades sociales crezcan. Consume para que el dinero no se pare, para que el capital se siga multiplicando, para que podamos seguir enriqueciendo a unos pocos a costa de lo que sea.
Hazlo: serás más feliz, vivirás mejor y todos te respetarán. No mires a tu alrededor, acumula, no pienses, entierra tu conciencia, confía en nosotros, no pierdas el paso. Porque otro lo hará y te robará la felicidad, la posición, el ego. No seas: posee, consume.
A Garzón se le achaca que ahora que puede legislar no debería hablar como si estuviese en la oposición, como un activista. Que debe dedicar su tiempo a solucionar problemas y a hablar menos. Ojalá todos los políticos lo hiciesen; ojalá solo los viésemos hablando de lo logrado y no de promesas; ojalá pudiésemos confiar en sus palabras, en su ejemplo, en sus ideas. Pero, por desgracia, no es así.
Por mucha tergiversación y manipulación a las que haga referencia, Garzón sabe de lo que habla, porque por muchas lacras que tenga nuestro sistema educativo, es licenciado en Economía y tiene un Máster en Economía y Desarrollo Internacional.
También sabía que sus palabras serían comentadas por todos; incluso que sus compañeros de Gobierno lo dejarían con el culo al aire y que muchos afilarían los cuchillos con los que pedir su cabeza. Pero, sin embargo, ha dicho lo que siente, lo que piensa y lo que cree que es mejor para todos.
Porque también sabe que la única posibilidad de solucionar todos los problemas de nuestra sociedad, los individuales y los colectivos, pasan por repensar la economía, por cambiar de modelo económico, por inculcarnos un consumo responsable y sostenible. Y para conseguir eso hay que empezar a hablar de ello, hacer pensar al gran público y a sus compañeros de viaje.
Por desgracia, también sabe que tanto su figura, como el Ministerio de Consumo, no son valorados y que son fruto, una concesión, un premio, de los pactos que hizo, primero con Pablo Iglesias por unirse a Podemos y, luego, con el presidente Sánchez, para mantenerse en el Gobierno. Sabe de su debilidad, de la poca capacidad de acción que tiene para cambiar desde la base el modelo, y de que el bien común está por debajo del interés económico.
Ese Ministerio, para muchos de chichinabo, debería ser uno de los fundamentales, ya que nos puede proteger de los continuos robos de los bancos, de los abusos de las eléctricas y porque, cambiando la manera de consumir, siendo conscientes de que cada concesión que hacemos, cada cosa que compramos o no reparamos, o cambiamos por estar a la moda, tiene unas consecuencias impredecibles para el planeta. Tenemos un gran poder en nuestras manos, pero solo lo empleamos –así nos han adoctrinado– para nuestro beneficio personal. Somos la mariposa y, con nuestras alas, podríamos provocar el caos, el cambio.
Espero que Garzón no sucumba al desaliento, a la frustración, a la impotencia, a esta política rendida al capital y que no mira el bien común, ni un futuro más humano, más respetuoso con el entorno, más igualitario. Espero que se mantenga firme, defendiendo sus ideas de que otra economía es posible, de que los cambios son duros, pero necesarios. Espero que, como le ocurrió a Galileo tras su famoso “y sin embargo, se mueve” (lo dijese o no), el tiempo y la ciencia le den la razón y no lleguemos tarde para cambiar de rumbo.
MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR