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Aureliano Sáinz | Familias con un hijo

En la sociedad actual, las modalidades familiares son muy diversas, no solo en cuanto al número de miembros que las componen sino también en las nuevas maneras de configurarse, ya que el modelo al que se suele apelar tradicionalmente es uno más dentro de la pluralidad existente en un mundo en constante transformación.


Esto lo he podido comprobar a lo largo de los años al haber abordado el estudio del desarrollo de las emociones de los escolares a través de los dibujos de las familias. Los cambios han sido drásticos, tal como le expliqué a una alumna que deseaba realizar su trabajo fin de grado sobre las familias numerosas, puesto que pertenecía a una de ellas, ya que sus padres habían tenido tres hijos.

Le expliqué que, en mi caso, yo me encontraba como uno más dentro de familia muy numerosa (y que en ocasiones, con cierto humor, digo que aquello era una especie de tribu). Estas familias son verdaderamente excepcionales en estos tiempos, por lo que hubo que contar a partir tres hijos para recibir la calificación de "familia numerosa" y, de este modo, poder acogerse a las ayudas que oficialmente se ofrecen con el fin de afrontar los gastos que supone la descendencia.

Todos sabemos que en las sociedades desarrolladas la descendencia se ha reducido de una manera importante. Es lo que sucede en nuestro país, que en un par de generaciones se ha pasado de familias en las que era habitual tener tres o cuatro hijos (e incluso más), a la actualidad en la que predominan las que tienen uno o dos.

Para comprender este drástico cambio habría que hablar de varios factores, entre ellos el que la planificación familiar se haya asumido como un derecho y una responsabilidad. Por otro, la amplia incorporación de la mujer al mundo del trabajo asalariado ha conducido a que la pareja se piense si desea tener hijos y el momento más adecuado para ello.

También las nuevas necesidades familiares han supuesto que la socialización, entendida como aprendizaje de la relación con los otros, se inicie tempranamente, muy lejos de décadas atrás cuando comenzaba hacia los seis años y el niño se incorporaba a la enseñanza obligatoria.

Hoy es habitual que los padres lleven a su hijo a la guardaría y, en caso de que no fuera así, su escolarización a partir de los tres años da lugar a que tenga que aprender a compartir con otros niños y niñas de su edad, lo que es un aprendizaje de gran importancia para su desarrollo emocional y su sociabilidad.

A pesar de la idea tan extendida de que el hijo o la hija únicos suelen tener problemas relacionados con su egocentrismo, lo cierto es que, por las investigaciones que he llevado a cabo, he podido observar que presentan similares rasgos, tanto favorables como desfavorables, como los que poseen hermanos. De entrada, ser hijo único no marca ni emocional ni intelectualmente a la persona, puesto que, tal como he indicado, en la actualidad la socialización se lleva a cabo de forma temprana.

Para que comprendamos el desarrollo cognitivo y emocional que en estos casos se da a lo largo de los años, presento una selección de dibujos de escolares pertenecientes a familias con un solo hijo, de modo que lo muestro partir de los más pequeños hasta llegar a edades superiores.


Este primer trabajo corresponde a Juan (tal como el propio autor ha escrito en la lámina), un niño de 5 años, cuyo dibujo nos muestra a los tres miembros que componen su familia. El pequeño autor comenzó a dibujarse en el centro de la hoja, lo que es señal de autoestima y confianza en sí mismo, que se expresa también con el amplio tamaño de las figuras, la expresión de los brazos levantados y la abierta sonrisa con la que presenta a todos. Tras representarse, pasó a plasmar, en segundo lugar, a su padre, finalizando con su madre. El hecho de mostrarlos a ambos lados de su figura que lo representa es una manifestación de sentirse seguro y protegido por ellos.


De la misma edad es Cristina, una niña zurda que nos muestra a su familia en un dibujo lleno de vitalidad, imaginación y colorido. Comenzó a trazarla a partir de ella misma, ubicándose en el lado derecho y realizando una figura de tamaño amplio, en la que aparecen algunos rasgos de identidad femenina al trazarse con pendientes y pelo muy largo, de modo similar a su madre que se encuentra en el lado izquierdo. El centro de la composición lo ocupa el padre, como expresión de autoridad dentro del grupo. De forma inmediata, se percibe que la pequeña se siente feliz y dichosa dentro de su familia.


El tercer dibujo es de Elena, una niña de 6 años de primer curso de Primaria. En este caso, al igual que Juan, se representa en el centro de la escena, como expresión del protagonismo que apunta hacia ella. Las figuras están caminando bajo la lluvia, por lo que tanto la niña como sus padres portan paraguas, a pesar de que un sol animista las contempla. Pero es que para los niños pequeños no existe contradicción en el sentido de que la lluvia, el sol y el arco iris puedan aparecer en la escena al mismo tiempo. Ni que decir tiene que Elena se siente muy confiada y feliz en medio de sus padres, tal como muestra en este dibujo lleno de imaginación, vitalidad y alegría.


Diego, el autor del trabajo que acabamos de ver, tenía 8 años cuando realizó el dibujo. Era un niño alegre y muy sociable con sus compañeros de clase. Cuando me lo entregó, comprendí que la relación con su padre era muy estrecha y afectuosa, puesto que aparece subido a sus hombros. Por la composición de la escena se puede deducir que la conexión emocional con su madre es un tanto inferior, dado que entre ellos y la figura femenina se encuentra una butaca, una especie de pequeña barrera interpuesta que desde en punto de vista del significado emocional supone cierto distanciamiento afectivo entre ambos.


Representarse entre los padres, tal como se aprecia en el dibujo de la portada y el que acabamos de ver, es habitual por el sentimiento de seguridad y protección que necesitan niños y niñas de sus progenitores. Así, en este dibujo María, de 8 años, se muestra en un primer término, como si fuera la gran protagonista de la escena familiar. Detrás y un tanto al fondo, aparecen sus padres sonrientes, como protectores de la autora de la escena. En cierto modo, expresa algo de sobreprotección hacia ella, que es uno de los riesgos que pueden aparecer en las familias con un solo hijo.


Uno de los conflictos que amenaza a la estabilidad familiar es la ruptura entre los padres. Sobre este tema he escrito diversos artículos que han aparecido en este medio, por lo que en esta ocasión quiero presentar cómo Julia, hija única de 10 años, interpretaba su nueva vida familiar tras la separación de sus padres.

La solución que encontró fue dividir la lámina en dos partes, de modo que en la izquierda aparece con su padre, sus abuelos paternos, su tío y las mascotas que había en la casa de los abuelos, puesto que es frecuente que en los casos de ruptura los hombres se apoyen en su familia y vuelvan a la casa con sus padres. En la derecha, de nuevo se muestra con su madre y la pequeña mascota que hay en la casa materna. Y no es que la pequeña la encuentre más vacía, sino que es habitual que la mujer sepa salir adelante sin tener que volver a la casa de sus padres tras la separación, si no hay necesidades económicas que inviten a hacerlo.


Para finalizar, presento el dibujo que realizó Manuel, un chico de 12 años que se encontraba en sexto de Primaria. Como puede comprobarse, los personajes presentan un alto grado de realismo en el trazado de la figuras, circunstancia que concuerda con la evolución gráfica de los escolares. Comienza trazando la figura de su padre, alto y musculoso, como corresponde al trabajo que lleva en la construcción; le sigue su madre, que ocupa el centro de la lámina; y ya en la derecha aparece la figura que representa al propio Manuel.

En líneas generales, podemos decir que cada miembro aparece con cierta autonomía, dado que el autor se encuentra en la preadolescencia, una edad en la que surge cierta necesidad de autoafirmación al margen de los padres. Esto es un avance en el desarrollo emocional que todos los chicos y chicas, tengan o no hermanos, necesitan para conectar la naciente independencia personal con la relación de afectividad hacia los padres.

AURELIANO SÁINZ
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