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Moi Palmero | Burocracia interminable

Nada nuevo. Así es como funcionan los Fondos Sociales Europeos:es cuestión de burocracia, de planificación, de evaluación. Pero que sepamos cómo funcionan,no significa que nos parezca adecuado, que pensemos que es contraproducente y que va contra los objetivos establecidos, las inversiones realizadas y los éxitos cosechados para las que se pensaron esas ayudas. Intento explicarme, aunque sé que es un daño colateral.


La Estrategia Regional Andaluza para la Cohesión e Inclusión Social (ERACIS) se aprobó por el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía en 2018 y está financiada con Fondos Sociales Europeos y por la propia Junta de Andalucía.

Este proyecto está recogido en el marco de actuación 2014-2020 y su objetivo estratégico es el de “mejorar la inserción sociolaboral de personas en situación o riesgo de inclusión social, a través de la activación y de itinerarios integrados y personalizados”.

O, dicho de otro modo, facilitar las herramientas para que las personas que viven en zonas desfavorecidas no se queden atrás, que tengan la posibilidad de acceder a los distintos Sistemas de Protección Social –educación, salud, servicios sociales y empleo–, así como a otros servicios públicos.

Es paradójico, pero en la provincia de Almería, las zonas desfavorecidas donde se puso en marcha este proyecto se encuentran en los municipios donde la riqueza generada por la agricultura intensiva es palpable y evidente: la propia capital, El Ejido, Roquetas de Mar, Vícar y Níjar.

Si hablo de pobreza no es por una sensación personal, sino porque según los “Indicadores Urbanos de 2020”, publicados por el Instituto Nacional de Estadística, realizados entre 413 municipios mayores de 20.000 habitantes, los pueblos más pobres del territorio nacional eran, en primer lugar, Níjar, y en tercer lugar, Vícar. En esa lista, en la que 16 de los 20 primeros pueblos eran andaluces, Adra está en el décimo puesto y, El Ejido, en el decimosegundo.

Es cierto: son datos, cifras, estadísticas interpretables, discutibles, arrojadizas. Explicaciones muchas y variadas, pero la más sencilla es, desde que el mundo es mundo, que la riqueza está mal repartida y para que unos vivan muy bien, otros deben vivir en la pobreza. Pero no entremos en ese debate porque, como siempre, terminaríamos poniéndonos a la defensiva, mirándonos el ombligo, señalando culpables y siendo poco críticos.

Para minimizar esas diferencias, para acortar las distancias entre unos y otros, para desdibujar las invisibles fronteras, físicas y culturales, dentro de los propios municipios, se ponen en marcha esos proyectos a través, casi siempre, de las concejalías de Servicios Sociales.

La integración es el objetivo final pero, para alcanzarla, debe haber primero un análisis certero, en frío, sin medias verdades ni justificaciones de lo que ocurre, de las realidades que nos negamos a mirar, aun viéndolas a diario a nuestro alrededor. Análisis en el que deben participar todos los agentes interesados, realizado de abajo a arriba, no al contrario como se acostumbra.

Luego, con esos datos, con el conocimiento de las verdaderas necesidades, hay que elaborar la estrategia que se va a seguir, los objetivos y las metas que se aspiran conseguir, la forma de –como decía Confucio– entregarle la caña a un hombre para que aprenda a pescar y pueda comer siempre.

Ese ha sido el trabajo realizado durante cuatro años, pandemia incluida, por los trabajadores de ERACIS, consiguiendo resultados directos de empleos generados, de itinerarios personalizados realizados, y otros de resultados más ambiguos de evaluar, como la creación de espacios de trabajo compartido, comunitario, de redes invisibles de conocimiento, de formación, de escucha, de debate, de acercamiento.

Espacios que han conseguido recordar el significado de palabras casi olvidadas como "vecino", "barrio" o "pueblo". Palabras que nos evocan un bien común, una manera de sobrevivir, de defendernos, de compartir los éxitos, de enfrentarnos a las dificultadas que nos encontraremos en el camino.

Resultados, pequeñas victorias, que ahora entran en stand by, que se detienen en seco, con la promesa política –y las incertidumbres que eso genera– de que dentro de un año todo se retomará donde se dejó, como si el tiempo no hubiese pasado, como si en la espera, la gente no pasase frío, ni hambre, ni angustia por sentirse sola, abandonada, perdida.

Hay proyectos que nunca deberían frenarse porque son los que hacen pueblo, los que nos acercan los unos a los otros, los que tienden puentes y destruyen esas invisibles fronteras que creamos a nuestro alrededor para proteger nuestra pequeña parcela del mundo y nos impiden disfrutar del bosque de los iguales.

MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: MOI PALMERO
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